Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

26 de febrero de 2013

La luna de Valencia (35 y 36)

     
XXXV               
Como si fuera una escalera de bomberos, de esas que crecen y se hacen cada vez más largas y llegan cada vez más alto. Roja y brillante como una autobomba. Por ahí yo vengo a ser la sirena, girando allá arriba, girando interminablemente sobre mi eje. Apoyo los pies sobre el metal. Subo los veintisiete escalones sin mirar abajo.
La luna parece colgada de un clavito sobre un cielo azul eléctrico, como de cartón pintado. En realidad, todo tiene pinta de decorado: el pasto oscuro, la estación, el puente. Por ahí las estrellas no son más que spots apuntados para la toma 1 de una película clase B. Por ahí en cualquier momento alguien me alcanza una limonada y me dice: “Ta bien, piba, suficiente”. Y encima me paga.

Quizás no es más que una obra de teatro ubicada en escenarios naturales para darle más realismo a la acción, con espectadores instalados a pocos kilómetros observándome con sus prismáticos. Lo malo es que si hay aplausos, no me voy a enterar. Lo bueno es que si se retiran en mitad de la función tampoco me voy a enterar: voy a mantener el personaje hasta el final y voy a saludar desde el puente,  para un público invisible y emocionado. Yo, la sirena muda.
Me arrodillo, gateo sobre el acero rojo, me acuesto boca abajo. Tengo los pechos fríos.

 Del otro lado del puente, un resplandor azul, olor a fósforo. Vos mirándome.
Abajo, el tren se pone en marcha. Corro por el puente, pierdo el babero, vos estás desnudo y sonreís, el tren empieza a irse. Me detengo frente a vos. Girás mi cuerpo, apoyás tu boca en mi nuca, colocás el fósforo entre mis dedos, iluminamos la estación por un segundo.

Me despierto empapada en transpiración, tengo el babero puesto, te busco. De golpe el puente tiembla, y entonces veo que el tren empieza a moverse. Arrastra su cuerpo fofo y lanza un aullido decrépito, mientras va tomando velocidad. 
Bajo los escalones casi en el aire, pero cuando piso el andén lo único que alcanzo a ver es una mancha gris y pesada, que desaparece en pocos segundos.

XXXVI
Como si se hubiera quemado el rollo. Como si se tratara de una pantalla gigante donde uno ve cómo unas manchas verdes, marrones, azules, deforman una última imagen hasta devorarla. La película se acaba abruptamente, en cualquier parte. La gente silba, quiere que le devuelvan la entrada. Fenómeno. Pero la película está quemada y no queda más remedio que imaginar algún final, cualquiera. Lo único importante es que lo que empezó, termine.

Pero- pienso- yo soy el cuadrito quemado, un cacho de celuloide derretido, yo no puedo imaginarme nada, yo sólo debía dejarme atravesar por la luz y punto, y entonces qué me queda.



Todavía falta un rato para que amanezca.   



(Continuará) 

2 comentarios:

  1. Qué lindo..."Yo soy el cuadrito quemado, un cacho de celuloide derretido, yo no puedo imaginarme nada, yo sólo debía dejarme atravesar por la luz y punto".
    Muy lindas imágenes de Betina, la maga de las imágenes.

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