Haber nacido en abril me da el privilegio de celebrar mi cumpleaños en la estación más hermosa.
El sol acaricia -será un tópico, pero no hay mejor manera de decirlo: el sol acaricia-, igual que el viento apenas fresco y suave. Los árboles muestran una paleta caótica donde conviven el verde, el rojo, el oro, el amarillo limón, el ocre y otros colores indefinibles, con matices infinitos.
El otoño tiene una belleza discreta. No es ostentosa como la de la primavera, esa arrogante, ni enceguecedora como la del verano, ese insolente.
El otoño ecualiza la intensidad de la hermosura para que podemos apreciarla sin estridencias.
Quiero decir que no hace falta mucho: una caminata con O. al atardecer por cualquier barrio arbolado me basta para sentir que, de verdad, está bueno haber nacido.
Fotos: Bet Z