Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr
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22 de enero de 2016

El Hueko




No hay tiempo. 
No hay pasado, presente y futuro. 
Podrá haber algo así afuera, en los almanaques, los relojes, los documentos de identidad, los álbumes con fotos viejas, los espejos.
Pero no hay tiempo adentro. No sé adentro dónde. Supongo que en el corazón, en el cerebro, la piel, la nariz, los oídos, no sé. Pero sí sé que adentro no hay tiempo.
Lo sospechaba, pero últimamente lo estoy comprobando, y es una comprobación asombrosa.
Ayer lo confirmé una vez más, al enterarme de que MM ya no está aquí. Entonces, el supuesto pasado invadió el presente con una intensidad deslumbrante: gestos, palabras, millones de imágenes de momentos compartidos como pedacitos sueltos, como piezas de un rompecabezas descomunal que- seguramente- también guardamos dentro de nosotros, pero que no nos es dado contemplar en su totalidad. Todo eso no era un “recuerdo”, no era el pasado: estaba sucediendo -¿dónde? no lo sé- ahora.
Ayer volví a tener 20 años; ayer, todo lo que fue volvió a ser.

Y te escribí esto:

Hubo un tiempo en que fuimos hermosos. Teníamos veintipico, pedíamos lo imposible y estábamos convencidos de que lo imposible tendría lugar de un momento a otro.
Salíamos a la calle en busca de "algo maravilloso”, éramos hippies, escritores, músicos, actores, dibujantes y directores. Hubo muchísimas noches- con sus madrugadas y sus amaneceres- en Villa Urquiza, los tres escuchando música (“esto es impresionante, escuchen, escuchen” nos decías abriendo mucho los ojos mientras ponías Cathedral en la bandeja del tocadiscos), tomando un vino, fumando, leyendo, escribiendo, leyéndonos lo que escribíamos, escribiendo de a tres, haciendo humor al toque de a dos, “vos callate y tocá la guitarra, chirusa”, noches en que nos leías cada capítulo de El juego de K que iba saliendo del horno y que luego se convirtió en el primer premio de novela de la Primera Bienal de Arte Joven, allá por el lejanísimo 1989. Hubo un tiempo sin tiempo ni espacio en que solemnemente fundamos El Hueko, porque sabíamos que era allí- en ese vacío, ese aire, esa nada sin condicionamientos ni pretextos- donde podíamos ser lo que queríamos ser. El Juego de K fue El Hueko; Subterrákeos e Imakinaria fueron El Hueko paseando su nada divina por Cemento, El Parakultural, Babilonia y el Rojas.
El Hueko también fueron los chicos del Luján, las clases de teatro, las charlas con Gilardi en el bar de Villa Pueyrredón, los libros que nos prestamos y los que nos robamos (te quedaste con Los conjurados, me quedé con Un tal Lucas), las charlas interminables, las películas, el truco que jugábamos en casa, la vida porosa que se abría paso dejando entrar el aire y todo lo que traía.
Eso fue hace mucho, mucho tiempo. Pero hoy -una vez más- comprobé que el tiempo no existe, que lo que queda en el corazón queda para siempre, que lo que pasó hace tanto está pasando ahora, en este mismo instante.
Querido Monchímedes: donde estés, que lo imposible suceda. Y que sea maravilloso.









13 de abril de 2014

El hilo rojo



Ilustración: Hajnalka Cserháti

Según una antigua creencia oriental, un hilo rojo invisible conecta a las personas que están destinadas a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.

Supuestamente, esta creencia nace cuando se descubre que la arteria ulnar conecta el corazón con el dedo meñique. 

Cuenta la leyenda que en la Luna vive un anciano. 
Cada noche, el anciano  sale a buscar las almas que deben unirse en la Tierra y, cuando las encuentra, las enlaza por el dedo meñique con un hilo rojo, para que jamás se pierdan.



Dedicado a los que están del otro lado del hilo, dentro y fuera de la Luna


25 de marzo de 2014

Memoria del reino


Pintura: Johnny Palacios Hidalgo



En la calle, con los chicos y chicas del barrio jugábamos a la mancha, al patrón de la vereda, a las estatuas, a las esquinitas, a la rayuela, a pisa pisuela. Las chicas, además, jugábamos a la soga y al elástico. En casa, sola o con mis amigas jugaba a la maestra, a la mamá, a la empleada de boutiqueTambién fui empleada de una cartelera (para lo cual recortaba prolijamente la sección de espectáculos del diario y la iba abrochando día a día hasta armar un cuadernillo, que consultaba según los pedidos de mis clientes). 
Después estaban los juegos improvisados, sin reglamentos. Por ejemplo, jugar a disfrazarse. No de algo en particular- como una princesa o una bruja-, sino de cualquier cosa que no fuera lo que uno era. Por ejemplo, de grande. Disfrazarse era ponerse ropa de nuestras madres, sus anillos, collares y pulseras, usarle las pinturitas (el rouge, las sombras, el rímel) e ir viendo en qué cosa nos íbamos transformando. A veces, el disfraz armaba las historias (Dale que yo era una reina africana y vos un elefante y me llevabas hasta mi palacio todo lujoso y después venían y me raptaban y vos te transformabas en un príncipe o en una hechicera que me salvaba?); en otras ocasiones, primero surgían las historias y después, el vestuario ad hoc. 
Con Rosita solíamos jugar en el patio de su casa (algo extraordinario para una nena de departamento como yo). En el patio de Rosita jugábamos al campamento con unas sábanas que colgábamos de las sogas. Al interior de la tienda llevábamos almohadones, una linterna, galletitas, alguna revista, muñecas, y vivíamos mil aventuras acechadas por la noche, las fieras y las inclemencias del tiempo. 
En la pequeña habitación que habitaba con su familia, Rosita guardaba otro tesoro: en un estante del ropero, había armado una casa para su muñeca. Al abrir la puerta del ropero, se encendía una lamparita que iluminaba el reino de Babi: una camita, un placarcito, un espejo en miniatura, una sillita. 
A veces también jugábamos a espiar la calle a través de las persianas y gritarle cosas a la gente (chau pelado!) o a descolgarnos por los barrotes del balconcito, hasta que un día fuimos descubiertas y reprendidas severamente (las nenas no hacen esas cosas, no sean marimachos). 

En estos tiempos, que son muy otros, todavía veo nenas jugando a la mamá, a la maestra o a disfrazarse, y nenes jugando a la pelota o remontando barriletes. Seguramente, unos y otros seguirán teniendo sus juegos prohibidos, sus aventuras secretas, sus maneras de aprehender el mundo lejos del reglamento de los mayores. Que no sé por qué extraña razón, una vez traspuesto el umbral, suelen comportarse como si nunca hubieran pisado el territorio de la infancia, aquel reino perdido.






5 de noviembre de 2013

Amores así





A nuestros vecinos:
¡Qué hermoso otoño! Todo es resplandeciente y dorado, y hay una luz increíble y suave. El agua nos rodea.
Lou y yo pasamos mucho tiempo en este lugar en los últimos años y, aunque somos gente de ciudad, éste es nuestro hogar espiritual.
La semana pasada le prometí que lo iba a sacar del hospital y que vendríamos a casa, en Springs. Y así lo hicimos.
Lou era maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí, feliz, deslumbrado por la hermosura y la fuerza y la suavidad de la naturaleza. Murió en la mañana del domingo, mirando los árboles, haciendo la famosa forma 21 del tai chi, sólo sus manos de músico moviéndose en el aire.
Lou fue un príncipe y un guerrero; sé que, al escuchar sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo, muchas personas se sentirán plenas de esa increíble alegría que sintió por la vida. Que esa belleza nos llegue, y nos atraviese siempre.
Laurie Anderson
Su amante esposa y amiga eterna.
Página/12   2 de noviembre de 2013-   (Texto publicado en el periódico East Hampton Star de Springs, localidad en las afueras de Nueva York).
 S/D autor de la foto

14 de julio de 2013

Mirando caer el sol


Celine: Sigue ahí. Sigue ahí. Sigue ahí. Se fue.


La ansiedad terminó: ayer la vi. 
Después de haber leído "por arribita" (porque no quería conocer detalles del argumento) opiniones tales como "es una maravilla", "si estás mal con tu pareja no vayas porque te separás", "él está espléndido... a ella el paso del tiempo no la trató tan bien", "es una película incómoda", etc.
No voy a hacer una crítica de la película ni nada por el estilo, solo voy a contar algunas de las cosas que me pasaron ayer.

1El momento en que Jesse sale del aeropuerto y se ve a Celine apoyada en su auto, esperándolo (una mujer esperando a su marido, puro cotidiano). Mucha emoción volver a verlos.
2. La escena de Jesse y Celine mirando cómo se pone el sol es perfecta. La síntesis de toda la película. 
3. Contra todo lo esperable... no me identifiqué con esta Celine amarga y densa. No es que tuviera o no razón (probablemente la tuviera), pero me exasperaba su gataflorismo: decime la verdad (pero si no es la que quiero escuchar se pudre todo), decime si me engañste (pero estoy segura de que me engañaste, y si decís lo contrario estás mintiendo), esta relación no da para más (pero vuelvo 3 veces después de dar un portazo), etc. En cambio, me pareció muy contenedora y amorosa la actitud de Jeese, me convenció de cuánto ama a esa mujer. Y si al final recomienza el juego (¿habrá otro amanecer para ellos?) es porque Jesse va a a por ello en cuerpo y alma.
4. Si las películas anteriores me gustaron tanto fue porque no caían en lugares comunes. Esta Celine resentida, que se convierte en una máquina de reclamar, me pareció un lugar común. Hubiera preferido  un trazo menos grueso y previsible.

Cuando salimos de la sala, me quedé pensando si valía la pena esta tercera parte. 
¿Qué buscamos en una ficción? 
¿Queremos saber cómo les fue a Cenicienta y el príncipe o quedarnos con el "fueron felices y comieron perdices"? 
Qué dilema.



8 de abril de 2013

Uno más





Jueves, un paseo por barrancas de Belgrano, la luz del otoño, escalones con musgo, baldosas con verdín.
Un cielo indeciso, algo de nubes, algo de sol, una breve lluvia.

Un liquidámbar tricolor.
Un té servido en tetera y taza de porcelana antigua, torta de miel y nueces, mantecado de limón.
M. y C. a la nochecita, sumándose al festejo. Un brindis con cerveza negra, un brindis con café (4 vasitos de vidrio chocándose, tlin). 
Los llamados, los mensajes en el contestador telefónico: tan lindo escuchar en un mismo día a toda la gente que querés diciéndote cuánto te quiere. 
Saber perfectamente quién es toda la gente que te quiere, que no son 1000 como en Facebook, sino 10, 15, 20. La cena del viernes. Encuentros, cuerpos y almas que se ven, se abrazan, se ríen, toman vino. Una velita rosa, una velita azul, sopladas a dúo. 
La tarde del domingo, ritos familiares, celebración, cortocircuitos, dolores viejos, respuesta nuevas, la sensación de que el tiempo, por suerte, no pasa en vano. 
O. cerca de mí, O. conmigo, la alegría de mi vida.

Esta pequeña cuenta, esta suma, este pequeño inventario.
Eso.
Un año más.


2 de diciembre de 2012

La vida es juego (o el juego de la vida)


 

Cuando era chica, él se ocupaba de animar mis cumpleaños con la dedicación de un profesional y el entusiasmo de un niño (cosa que, de algún modo, nunca ha dejado de ser).
De los diversos juegos y competencias que organizaba, "ponerle la cola al burro" era uno de los favoritos: los participantes, por turno, deben colocar la "cola" (un manojo de hebras de lana con adhesivo en la punta) sobre el dibujo de un burro que carece de dicho elemento. Previamente, a cada participante se le coloca una venda en los ojos y se lo hace girar unas vueltas sobre sí mismo, para que se desoriente un poco. Gana el que ubica la cola donde corresponde o el que más se aproxima. 
Nos divertíamos muchísimo viendo cómo la cola iba a parar a un ojo del burro, una oreja o la pared...

Ayer, él cumplió 80 y yo me ocupé de animar su fiestita. Entre los juegos que organicé, no podía faltar el del burro y su cola. Así, mi papá y sus invitados (que algunas vez fueron niños, que luego fueron grandes, que ahora vuelven a ser niños) hicieron la fila, se dejaron vendar los ojos y girar despacito sobre sí mismos, y se rieron igual que yo a los 7 u 8 años, cuando el burro terminaba con la cola en la panza o sobre un diente.

También me di el gusto de jugar una vez más, y dejarme vendar por él, y girar despacito y reírnos juntos, porque así es el juego de la vida, porque está bien que así sea.

21 de noviembre de 2012

La piedra filosofal



El post anterior y el comentario de Hermes me recordaron esta tira de Mafalda, que dice más o menos lo mismo que S. King pero con la síntesis y el humor del genial Quino: en pocas viñetas resume dos formas opuestas de percibir el mundo, con una contundencia y una gracia admirables.

Por otro lado, las tiras de Mafalda siempre dejan en claro que la amistad es un misterio. A veces, aquellos a quienes nuestro corazón elige como amigos no ven la misma piedra que nosotros. Y sin embargo, vaya a saber por qué, no podemos dejar de quererlos... 


(sobre ese misterio, ya anduve hablando aquí)

10 de septiembre de 2012

Tess Gallagher dice...


                                                           Foto: Brian Farrell



Yo estaba en el patio, sentada en un banco de piedra, al pie de un cedro muy querido por mi padre, que solía sentarse allí y contemplar el océano  (...) Mis pensamientos vagaban con las sacudidas y murmullos del árbol, y se me ocurrió que la naturaleza es maravillosa porque conoce el valor del silencio, y lo que podía significar para una criatura atada al verbo como yo.
Pasé el resto del día entre raptos de silencio, desplazándome de un sitio a otro, volviendo a los lugares que sabía que le gustaban a mi padre. (...) Esperaba el instante de saber qué hacer por él, por él, que muy pronto sería un montón de materia inútil (...)
Aquella noche salí de casa totalmente decidida,  me dirigí al cedro (...) me puse a romper las ramas a las que llegaba y las amontoné en el suelo. (...) Me hice la cama sobre las ramas y decidí pasar la noche allí, en el patio, bajo las estrellas, con el rumor del océano en el oído (...)
El penetrante olor de las ramas me envolvía, se elevaba en el aire fresco de la noche en dirección al árbol, cuyos vaivenes y oscilaciones se habían alterado para adaptarse a los cambios que estábamos por experimentar mi padre y yo. (...) Había un dulce canturreo de sílabas, grato a mis oídos, pero en última instancia inútil y absurdo. Se me ocurrió entonces que era yo la responsable de esos sonidos rígidos y que mis labios se habían puesto a trabajar por su cuenta.
Atrapada por una elemental cadencia lingüística que no sabría explicar, estuve en vela toda la larga noche y hablé con mi padre como podría hablarse con el océano o con el viento, contándole que también estaban en mí los ritmos de la inmensidad en que estaba a punto de entrar. Y que no estaba solo. Y que yo le permitía irse. Que hasta entonces me había negado a reconocer el infame mundo de los bailarines y los borrachos, de los jugadores y amantes de los caballos, que con toda probabilidad era el mío. Pero a partir de aquella noche me juré entregarme de lleno al primer deseo sucio que se apoderase de mí. Sumergirme en el corazón de mi vida y perderme sin piedad y para siempre.


(El amante de los caballos. Fragmento).

3 de agosto de 2012

Incondicional


                                                                                             Stand by me
                                                                                          
Hace unos días vi por primera vez esta gran película de los '80.

La frase final sintetiza lo que cuenta, de manera contundente :
Nunca volví a tener amigos como los que tuve a los doce años.  Jesús, ¿alguien sí...?




"Cuando llegue la noche
y la tierra esté oscura
y la luna sea la única luz que veamos 
yo no tendré miedo
yo no tendré miedo
mientras estés conmigo"...


6 de julio de 2012

Segismunda



                                                        Imagen: Benjamin Lacombe



De chica tenía un sueño muy extraño y perturbador: soñaba que tenía una familia, diferente de la real, y que esa era mi verdadera familia. La otra- la que yo creía real- era la familia soñada.

Así, soñaba que mi vida real era un sueño del que despertaba solo cuando me dormía, es decir, cuando "despertaba" a mi verdadera vida.

Cada noche, mi familia- la del sueño- me esperaba para inaugurar juntos un nuevo día. Y cada mañana, cuando abría los ojos a la "realidad",  ellos me daban las buenas noches y me deseaban dulces sueños.



A veces, todavía me pregunto si es posible tener alguna certeza al respecto. 




29 de mayo de 2012

Una casa

                                                                   Foto: Betina Z

Desde hace un tiempo estoy ayudando a papá a desocupar la casa de mi abuela. Es decir, la casa donde papá vivió parte de su infancia y juventud, hasta que se casó. 

Allí hubo una familia, una historia, muchas historias, la de cada uno de sus miembros, la que tejieron entre todos.

Allí hubo ruido de cacerolas, de manos poniendo la mesa,  de cebolla friéndose, de manos lavando los platos, de puertas abriéndose y cerrándose. Hubo olor a café y a tostadas, a leche hirviendo, a salsas, a carnes, a tortas.

Allí hubo niños y hubo padres, hubo risas y juegos, peleas de hermanos, llantos y retos, celos, amores y odios. Hubo noches silenciosas en las que se dormía al amparo de los mayores, con la tranquilidad de saber que allí estaban todos, cerca, en casa. 

Después hubo un padre que partió demasiado pronto y una familia que nunca volvió a ser la misma.
Hubo compuertas que se abrieron violentamente y ventanas que se cerraron por años. 
Hubo una tía que nunca se casó y que enterró para siempre el nombre del amor, como si se tratara de una palabra inexistente.
Hubo otra tía que tampoco se casó y que enterró para siempre la realidad, como si fuera una palabra cuya densidad era incapaz de soportar. 

Hubo un hermano ausente y otro hermano que hizo lo que pudo.

Hubo el tiempo.


Entre las cosas que encontré ayudando a papá a desocupar la casa, hay:
  •  algunos collares de perlas, guardados entre algodones
  •  dos polveras antiguas
  •  incontables pares de guantes
  • un pequeño ramillete de flores de tela de distintos colores, en una cajita azul.
  • una foto que retrata a un grupo de flamantes maestras normales, saludando desde la cubierta de un barco
  •  mi tía L. en el campo, con un ramo de margaritas gigante en los brazos
  •  un documento de mi bisabuelo, donde está asentado el nacimiento de mi abuela
  •  el banquito de zapatero donde todos en la casa se lustraban los zapatos
  •  una antigua máquina de coser

Allí, en esas pequeñas cosas, está la historia de una familia, de lo que fue y lo que será para siempre, y que se revela así: en unas fotos, en unas perlas, en unas pequeñas flores de tela de colores.

               Pequeñas cosas que también siguen escribiendo mi propia historia.


4 de mayo de 2012

La verdá de la milanesa




Hace un tiempo escribí un post donde intentaba señalar cuándo y cómo se funda una amistad. Sin ánimo de contradecirlo- sino, más bien, a modo de apostilla- digo que no todo lo que reluce es oro.  Y que revelarlo, también hace a la cosa.

Pienso: en el comienzo de una amistad hay otro instante crucial, y es el momento en que uno deja de mostrar solo lo mejor de sí mismo para animarse a mostrar la hilacha.  Es un acto de fe y un voto de confianza, algo así como "creo que sabés quién soy, creo en esto que nos une,  y creo tanto que confío en que vas a quererme igual aunque descubras que también puedo ser chusma, parcial, desatenta, ignorante, boba o mala".

Digamos que este segundo momento crucial requiere sí o sí de un momento previo, el del umbral compartido. Sin esa primera elección casi irracional e intuitiva, es muy difícil que se dé el segundo paso. Y si se da, es muy probable que todo derrape, y el otro se quede con la idea de que, básicamente, soy una chusma, parcial, desatenta, ignorante, boba o mala, y yo me quede con la idea de que el otro es, básicamente, un salame, engreído, envidioso,  insensible o guarango.

No estoy descubriendo la pólvora, claro. Ya se sabe que querer implica querer la prenda enterita,  con sus hilachas, sus remiendos, sus cierres  y sus pequeños- o grandes- agujeros. Pero siempre me sorprende percibir el instante en que esa revelación se produce.

También está de más decir- pero lo digo igual- que todo lo dicho en relación con la amistad, aplica para el amor. Para el amor de pareja, quiero decir.

Y ahí te quiero ver, mascarita.

5 de abril de 2012

Año Nuevo


Gyula Kosice, "Persistencia de la gota de agua móvil 1"


Pienso en el tiempo, y en cómo nos va volviendo grandes mientras transforma en  niños a quienes alguna vez fueron nuestros mayores.

Pienso en cómo el tiempo va erosionando delicadamente los bordes ásperos de los recuerdos, y aquello que alguna vez fue piedra, cuchillo, muro, abismo, se vuelve arena fina que corre entre las manos, mercurio líquido, puertas, bahía.

Pienso que el tiempo va dejando sus marcas en nuestro cuerpo mientras diluye ciertos estigmas de nuestras almas.

Pienso en que al tiempo no le importa mucho el tiempo.
Por eso, cuando después de soplar las velitas él me abraza y me dice bajito "te quiero, hija", y yo le digo bajito "te quiero, pa", el tiempo se vuelve elástico, espiral, calesita, y yo  agradezco escuchar y decir lo que pocas veces nos hemos animado a pronunciar.

Por eso puedo tomar la mano de ella, ayudarla a levantarse de la silla y repetirle una y cien veces que sí, que esta es mi casa, que hoy es mi cumpleaños, que yo también la quiero. Y esa frase- que nos dijimos durante años hasta el hartazgo, hasta la náusea, hasta la enfermedad- eso que durante mucho tiempo no pude volver a decir, hoy sale de mi boca con naturalidad y sin estridencias, con el  mismo tono con que una madre le daría las buenas noches a su hijo.

Pienso entonces que el tiempo, con el que vivimos peleándonos para ganar una batalla que sabemos perdida de antemano, también nos regala algunas victorias. Es cuestión de estar atento, y de no perderse la ocasión de celebrarlo.



13 de febrero de 2012

La buena memoria



Cuando escuché la noticia de la muerte de Spinetta sentí pena. Pero una pena algo distante, del tipo "uy, qué lástima... un tipo talentoso, un hombre bueno, un músico que seguramente tenía mucho más por decir, por crear...". 
Quiero decir, la muerte de Spinetta no parecía llevarse consigo nada personal, nada que tuviera que ver con mi propia historia.
Hasta que la Negra comentó lo siguiente (en este post):

Querida Betina,
Desde ayer evoco uno de los umbrales que cruzamos juntas:
Un grabador en el canasto, auricular izquierdo en su oreja, el derecho en la mía.
Los elefantes saben descansar, van a morir de paz... ♫♪
Amo, amat, amabit, amare.
Chicas y muchachos nos esperan allá...♫
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?
Beso mares de algodón sin mareas, suaves son, sublimándonos, despertándonos. ♫
La soledad es un amigo que no está ♪♫♪ Flaco poeta ad aeternum.
Celebro el misterio de los umbrales compartidos. (...)

Entonces, como si sus palabras fueran un conjuro, de pronto veo ese canasto y ese grabador,  la huida de los claustros, las plazoletas de la 9 de julio  temprano el durazno/ del árbol cayó  el auditorio Kraft  Ven a mí/ con tu dulce luz/ sos alma de diamante, el grabadorcito entrando con nosotras al estadio de Obras  y si es que ves/ cómo se extienden/ si ves cómo se resignan/ a olvidar su inexplicable soledad/ serás como ellos/ te podrán contar los cuentos más extraños/ pero no te apurarás el grabadorcito en la playa, al atardecer y al amanecer El vino entibia sueños al jadear/ desde su boca de verdeado dulzor / y entre los libros de la buena memoria/ se queda oyendo como un ciego frente al mar el parcial "feo", el teatro, las "tres niñas" Tengo tiempo, / para saber, /si lo que sueño, /concluye en algo Hair, la noche, las casas, la guitarra, las madrugadas, las confesiones, los secretos, los deseos, el futuro  Aunque me fuercen, /yo nunca voy a decir, /que todo tiempo por pasado fue mejor /mañana es mejor  los dolores, la oscuridad, los amores, los desencuentros, la música, los libros, la resistencia  Ella también se cansó de este sol / viene a mojarse los pies a la luna  la inocencia  Ana de noche/ hoy es un hada/ canta palabras/ canta y se torna en luz...


Y así, sin estridencias, sin llanto, sin ninguna zozobra, con la misma placidez con que lo escuchábamos en el grabadorcito, canto  esta hermosa canción y dejo que la voz extraterrestre de Spinetta siga escribiendo, en mi corazón, los libros de la buena memoria.

(Gracias, negri.)



21 de enero de 2012

En el mismo umbral




A los 5 años. Compañerita del Jardín de Infantes.
Recreo. Patio de la escuela.
Yo: ¿Querés ser mi amiga?
Ella (escudriñándome de arriba abajo): No sé... Lo voy a pensar.

(Durante un tiempo esperé la respuesta, que no llegó nunca.)

A los 7. Rosita.
Los nenes y nenas del barrio se habían reunido a jugar en casa de M.  
Cuando quise sumarme-llegué un poco tarde- sorpresivamente no me dejaron entrar.
Entonces caminé unos metros, me subí al escaloncito de un negocio y así, de pie en el umbral, empecé a llorar. Lloraba sin pudor, desconsoladamente. 
Unos segundos después,  Rosita- una nena que vivía en la esquina de casa y a quien  yo no conocía demasiado- pasó por ahí, me miró, se subió al umbral del negocio y, sin preguntarme nada, se puso a llorar conmigo. 
Las dos estuvimos un buen rato así, juntas, llorando a moco tendido.
Desde ese día, Rosita fue mi mejor amiga por muchos, muchos años.


Son extrañas, imponderables, insondables (y muchos otros in) las razones por las cuales nos hacemos amigos de tal o cual persona. Una puede hacer el intento de racionalizar lo irracional o aprehender lo inaprensible y decir: bueno, soy amiga de X porque es bondadosa, honesta, sensible, inteligente, me hace reír, sabe escuchar, etc.etc. En un esfuerzo por poner en palabras lo inefable, se podría seguir enumerando: porque puedo contar con ella, porque está cuando hace falta, porque es audaz (o porque es cobarde), porque es coherente (o porque es incoherente), etc.
Y tampoco alcanza para explicar lo inexplicable. Porque si bien, seguramente, muchas de esas virtudes describen a mis amigas, ninguna de ellas (ni siquiera todas juntas) son condición suficiente para determinar las elecciones que hace el corazón.
De hecho, se puede tener la suerte de conocer muchas personas buenas, inteligentes, etc. etc. y sin embargo bien gracias, allá se quedan, del otro lado de la frontera del afecto.
Hay un momento crucial, definitivo en el comienzo de una amistad, y es ese instante en en el cual dos personas cruzan un umbral (o se suben juntas al mismo) y se encuentran, en el centro del corazón de cada una. 

No hay palabras que puedan explicar ni describir ese encuentro.
Por eso, estas torpes, cursis  e insuficientes parrafadas anteriores no son más que un vago intento de nombrar y celebrar ese misterio.