Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

26 de septiembre de 2012

Ufa


                                                            Foto: Bet Z


Yo sé que es así: loca, inestable, imprevisible. De pronto te toma en sus brazos y te mece en su abrazo acaramelado, y al rato, zás, te lanza a rodar con un viento loco que te levanta la falda y te revuelve el pelo en plena calle.

También sé que su llegada es inequívoca: la delatan los mil brotes nuevos en los árboles, mi jazmín del país florecido, mi hermosa begonia rosa, mi santa rita a punto de explotar, los aromas dulzones que se perciben caminado por algunos barrios (a magnolias, a nardos, a jazmín, a fresias), los puestos de flores convertidos en paletas de pintor en 3D. 

También la delata que (¡por fin!) la noche se insinúe mucho después de las 6 de la tarde, los estornudos a repetición, el colchón de pelusa de los plátanos, los adolescentes que se besan en las calles como si el mundo acabara de ser creado.
 

La pregunta es: ¿hay necesidad de que nos someta a esta broma? ¿hace falta que nos obligue a sacar las bufandas, guantes y abrigos que ya habíamos guardado? ¿es imprescindible que se ría descaradamente de nuestros frustrados paseos al aire libre, de los asados con amigos postergados, de la remerita nueva colgando en el placard con fecha de estreno aplazada?...

Está bien, me rindo: tal vez sí; tal vez la condición de tanta belleza, alegría y generosidad sea esta pequeña cuota de crueldad, de trampa, de juego.

También por eso te quiero, primavera.



21 de septiembre de 2012

Loca de soles



                             Foto: Bet Z  (pared en una calle de Palermo viejo)                       


Para esta fecha, siempre me vienen a la memoria estas estrofas del precioso poema de Gabriela Mistral aprendido en la escuela:

Doña Primavera
viste que es primor,
de blanco, tal como
limonero en flor.

Lleva por sandalias
una anchas hojas
y por caravanas
unas fucsias rojas.

¡Salid a encontrarla
por esos caminos!
¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera,
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...

No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a entenderlas
entre los jazmines?

(...)
  
  Feliz día!

18 de septiembre de 2012

La sombra de una sospecha





sí, ya sé
soy una salame
sufro
siento celos sin sentido
salgo de casa sin sandalias 
ni certezas 
siguiendo tu sombra
sospechando citas secretas 
y escenas obscenas
sollozando
subiendo a ascensores sucios
sumergiéndome en sótanos sórdidos
siguiéndote sin cesar
sin hesitar
sudando
 centímetro a centímetro
en el subte en el cine en el supermercado 
en las sinagogas y en los saunas
así
sin descanso te sigo y te sigo 
suplicando que no
que no seas ese señor
ese señor sin zoquetes 
ese señor sin zoquetes que sale de casa  
sonriente y satisfecho 
con esa suculenta zorra de senos sinuosos 
de casa, 
insensible
desalmado
  zopenco despreciable
somorgujo servil
 de casa, 
de mi casa
de la misma que salí hace 
segundos 
semanas o siglos 
sin sandalias 
ni certezas, 
siguiendo 
tu sombra. 



(zi lo leen en voz alta y zezeando ez maz efectivo, ze loz azeguro...)


14 de septiembre de 2012

A ver si no nos entendemos II

Vialidad






Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto. Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.
-¿No sabe manejar, usted?-grita el vigilante.
El cronopio lo mira un momento, y luego pregunta:
-¿Usted quién es?
El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.
-¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?
-Yo veo un uniforme de vigilante-explica el cronopio muy afligido-. Usted está dentro del uniforme pero el uniforme no me dice quién es usted.
El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz,  de manera que no le pega y se va adelante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse.



Julio Cortázar (En Papeles inesperados)

10 de septiembre de 2012

Tess Gallagher dice...


                                                           Foto: Brian Farrell



Yo estaba en el patio, sentada en un banco de piedra, al pie de un cedro muy querido por mi padre, que solía sentarse allí y contemplar el océano  (...) Mis pensamientos vagaban con las sacudidas y murmullos del árbol, y se me ocurrió que la naturaleza es maravillosa porque conoce el valor del silencio, y lo que podía significar para una criatura atada al verbo como yo.
Pasé el resto del día entre raptos de silencio, desplazándome de un sitio a otro, volviendo a los lugares que sabía que le gustaban a mi padre. (...) Esperaba el instante de saber qué hacer por él, por él, que muy pronto sería un montón de materia inútil (...)
Aquella noche salí de casa totalmente decidida,  me dirigí al cedro (...) me puse a romper las ramas a las que llegaba y las amontoné en el suelo. (...) Me hice la cama sobre las ramas y decidí pasar la noche allí, en el patio, bajo las estrellas, con el rumor del océano en el oído (...)
El penetrante olor de las ramas me envolvía, se elevaba en el aire fresco de la noche en dirección al árbol, cuyos vaivenes y oscilaciones se habían alterado para adaptarse a los cambios que estábamos por experimentar mi padre y yo. (...) Había un dulce canturreo de sílabas, grato a mis oídos, pero en última instancia inútil y absurdo. Se me ocurrió entonces que era yo la responsable de esos sonidos rígidos y que mis labios se habían puesto a trabajar por su cuenta.
Atrapada por una elemental cadencia lingüística que no sabría explicar, estuve en vela toda la larga noche y hablé con mi padre como podría hablarse con el océano o con el viento, contándole que también estaban en mí los ritmos de la inmensidad en que estaba a punto de entrar. Y que no estaba solo. Y que yo le permitía irse. Que hasta entonces me había negado a reconocer el infame mundo de los bailarines y los borrachos, de los jugadores y amantes de los caballos, que con toda probabilidad era el mío. Pero a partir de aquella noche me juré entregarme de lleno al primer deseo sucio que se apoderase de mí. Sumergirme en el corazón de mi vida y perderme sin piedad y para siempre.


(El amante de los caballos. Fragmento).

5 de septiembre de 2012

Raymond Carver dice...



                                                                       


Vamos a suponer que digo verano,
escribo la palabra “colibrí”,
la meto en un sobre,
y la llevo colina abajo
hasta el buzón. Cuando abras
mi carta recordarás
aquellos días y cuánto,
cuantísimo, te quiero.


 II
Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas
tomándolas lo más cerca que puede de la flor para no
pincharse los dedos. Con la otra mano las arranca,
hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo
de lo que pudiera imaginar. No quiere
alzar la vista, no ahora. Está sola
con las rosas y con otra cosa en que sólo yo puedo pensar,
pero no decir. Sé los nombres de esos rosales,
se los pusimos cuando nuestra reciente boda: Amor, Honor,
Cariño
de este último es la rosa que me tiende de repente, después
de entrar en la casa entre dos miradas. La acerco
a la nariz, aspiro el aroma, me aferro a él –olor
de promesas, de tesoros. Mi mano en su cintura para
acercarla,
sus ojos verdes como el musgo del río. Y le digo entonces
enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré
mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo
de la rosa.

III


¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amada, sentirme
amado sobre la tierra.