Foto: Bet Z
Yo sé que es así: loca, inestable, imprevisible. De pronto te toma en sus brazos y te mece en su abrazo acaramelado, y al rato, zás, te lanza a rodar con un viento loco que te levanta la falda y te revuelve el pelo en plena calle.
También sé que su llegada es inequívoca: la delatan los mil brotes nuevos en los árboles, mi jazmín del país florecido, mi hermosa begonia rosa, mi santa rita a punto de explotar, los aromas dulzones que se perciben caminado por algunos barrios (a magnolias, a nardos, a jazmín, a fresias), los puestos de flores convertidos en paletas de pintor en 3D.
También la delata que (¡por fin!) la noche se insinúe mucho después de las 6 de la tarde, los estornudos a repetición, el colchón de pelusa de los plátanos, los adolescentes que se besan en las calles como si el mundo acabara de ser creado.
La pregunta es: ¿hay necesidad de que nos someta a esta broma? ¿hace falta que nos obligue a sacar las bufandas, guantes y abrigos que ya habíamos guardado? ¿es imprescindible que se ría descaradamente de nuestros frustrados paseos al aire libre, de los asados con amigos postergados, de la remerita nueva colgando en el placard con fecha de estreno aplazada?...
Está bien, me rindo: tal vez sí; tal vez la condición de tanta belleza, alegría y generosidad sea esta pequeña cuota de crueldad, de trampa, de juego.
También por eso te quiero, primavera.