Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr
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13 de mayo de 2015

La madre de las mariposas


Pintura: Duyh Huynh


El parto es brevísimo e indoloro: apenas un temblor, un leve hormigueo. 
Cuando abre los ojos, cientos de mariposas salen de su vientre batiendo las alas. Las mariposas no se apartan de ella inmediatamente. Por un instante, necesitan sentir el calor de su regazo y escuchar lo que su voz murmura en secreto. No es mucho lo que su madre tiene para decirles: que cada una cuide bien de sí misma. Que no se hagan daño las unas a las otras. Y que gocen del vuelo. 
Algunas mariposas vivirán dos semanas; otras, una semana, y otras, solo un día. Pero ese dato no es relevante, y la madre lo calla. 







19 de octubre de 2014

La equilibrista III


Pintura: Duy Huynh



Ella no tiene que ocuparse de controlar el movimiento del mundo, ni de garantizar la paz.
Tampoco tiene que dibujar corazones -ni cuerpos que los habiten-, no debe administrar el tiempo, tocar una canción, custodiar la luna o juntar estrellas.

Ella no sabe cuál es su misión.

A veces piensa que quizás no tenga ninguna.

Pero por las dudas, cada día y cada noche, con frío o con calor, con lluvia o con sol, ella mueve sus pies en el aro y, girando girando, recorre el mundo.  



14 de octubre de 2014

El rey invisible


Pintura: Duy Huynh



Nadie conoce su rostro, pero todos saben que está ahí.
Él conoce el nombre de cada uno de ellos. Dice que su misión es cuidarlos, que a eso vino. Desde que se levanta hasta que se acuesta, procura que todos estén bien.
“Es mi trabajo”, dice.

Si una anciana va a morir, él va su casa y se sienta junto a ella. Le lee un cuento o le canta una canción, abre o cierra una ventana, apaga o enciende la luz. A veces permanece en silencio, mientras le toma una mano, le acaricia la cabeza o le da un masaje en los pies.
La mujer entonces escucha la voz de su madre o su padre, siente la presencia de sus abuelos o reconoce en su cuerpo el tacto de su amado.

Si una joven ama de casa está cansada, él entra a la cocina, friega los platos, pela papas, batatas, zanahorias, pone a asar un trozo de carne, barre la sala, pone la mesa. 
A veces también se queda a comer con la familia, conversa con ellos, se cuentan sus cosas. 
Después se despide y vuelve a dormir a su palacio.

Si un hombre se siente abatido o desesperanzado, él le muestra su trono, y lo invita a sentarse.
Entonces el hombre toma asiento en la vieja mecedora y comienza a hamacarse, suavemente. 
Al rato, todos sus problemas han desaparecido. Porque ahora es el rey, y debe ocuparse de que los demás estén bien. Debe cuidar de ellos.

“Es tu trabajo”, le dice el viejo rey. Luego abre la ventana y sale volando volando con el aire fresco de la mañana.




6 de octubre de 2014

La constructora de caminos


Pintura: Duy Hyunh



Cuando ella avanza, va abriendo surcos en la tierra. Su falda arrastra terrones de pasto, pétalos, hojas secas, esqueletos de grillos, trozos de barro, algunas alimañas. 

A medida que avanza, se abren caminos en todas direcciones: norte, sur, este, oeste. Si camina por un sendero recién abierto, inmediatamente se abren otros y otros y otros, y la tierra parece un damero o un laberinto.

Antes de que ella apareciera, la tierra era como una tela negra y arrugada, y el horizonte, una línea delgada sin principio ni fin. Los hombres y las mujeres se quedaban inmóviles ante esa tela negra y esa línea interminable, sin saber adónde dirigir sus pasos.

Ahora, cuando alguien quiere caminar, solo tiene que decirlo en voz alta. Entonces ella aparece, se ubica unos metros adelante y comienza a andar. 
Al principio todos la siguen, la vista pegada al ruedo de su falda. Pero al rato, sin darse cuenta, la pierden de vista. 
Ella no está, pero los caminos sí. Solo es cuestión de seguir alguno.




30 de septiembre de 2014

El administrador del tiempo





Alguien le dijo que su tarea era importante. Muy importante. La más importante.
Y que si no fuera por él, el mundo sería un caos. No se podrían organizar el trabajo, el estudio, la comida, el sueño, el ocio. Y tantas otras cosas.

Sería un caos, le dijeron. No habría horarios, almanaques, cumpleaños, nacimientos ni muertes.
Nada funcionaría.
Imagínese qué sería de nosotros sin usted, le dijeron. No habría compromisos, plazos, vencimientos, multas, reclamos. No habría demoras. Nada ocurriría a tiempo.
Sería un desquicio.

¿Cuánto duraría una canción? ¿Y una novela? ¿Y una mariposa? Nadie lo sabría. Quizá no tendrían fin.

Sería imposible, le dijeron. No habría niños, jóvenes, ancianos, moribundos ni recién nacidos. No habría escuelas, facultades, ministerios ni geriátricos. No habría padres ni hijos. No habría antes ni después.

"Habría ahora", dijo uno.  

Todos hicieron silencio. 

"Habría ahora", repitió.


El administrador del tiempo miró su reloj, vio que ya era demasiado tarde y se fue.



Pinturas: Duy Huynh




22 de septiembre de 2014

El mago


Pintura: Duy Hyunh


Fue capaz de transformar una piedra en un tigre, un tigre en una nube, una nube en un guijarro y un guijarro en un colibrí.
Logró detener el tiempo, atrasarlo, adelantarlo, apagar el sol y volver a encenderlo. Surcó el aire volando; nadó en el fondo del océano con peces fosforescentes; reptó con topos y castores por túneles subterráneos; se sumergió en lagos helados y en los cráteres hirvientes de los volcanes.

Pero todo su poder no le sirvió- no le sirve- para hacer que ella no esté triste.
La tristeza se prendió de su pequeño corazón como una garrapata, y no la suelta ni de día ni de noche.

Él consultó los viejos libros, probó las fórmulas de los antiguos alquimistas y preparó las pócimas de las hechiceras, sin resultado. 

Ella permanece plegada sobre sí misma, con las alas encogidas.

Él cambiaría todo su poder por volver a escuchar su risa. 

Entretanto, la carga sobre sus espaldas y sigue su camino, buscando.
Ella acomoda su pequeño cuerpo en esa espalda ancha y tibia. No necesita más.




16 de septiembre de 2014

La equilibrista II


Pintura: Duy Huynh


Hubo un tiempo feroz en que algunos decían “¡Blanco, Blanco, Blanco!”, y otros decían “¡Negro, Negro, Negro!”. A continuación se lastimaban entre sí hasta que uno de los dos ganaba y el otro desaparecía. Luego, todo volvía a empezar. 


Pero un buen día apareció ella. La equilibrista se paseó delante de todo el pueblo, de pie sobre un animal nunca visto. Realizó varias piruetas con su aro, saltó sobre el lomo del animal, hizo la vertical sosteniéndose solo con el dedo índice de su mano izquierda. 


La gente la miraba, miraba aquel animal incomprensible, y no sabía qué hacer. 
Hasta que uno empezó a aplaudir. Y después otro. 


Cuando todos aplaudieron, la equilibrista agradeció con una gran reverencia, y se marchó.




9 de septiembre de 2014

El recolector de ideas


Pintura: Duy Huynh



Hay gente que deja ideas tiradas por ahí como si tal cosa. Como si no valieran nada.Creen que una idea, para valer algo, tiene que ser una gran idea. Y las grandes ideas- las que cambian el curso de la Historia-las piensan los grandes hombres o las grandes mujeres.

La mayoría de las personas piensa que sus ideas pequeñitas no tienen importancia. Ni siquiera se dan cuenta de que son ideas. Creen que se trata de un ruido molesto que da vueltas en su cabeza. Entonces, apenas pueden se deshacen de él.

Así, el recolector va encontrando y recogiendo pequeñas ideas. Algunas son verdaderos tesoros. Otras no se sabe para qué sirven pero también las guarda, por las dudas. Algunas ideas huelen muy mal: a esas las entierra, para que no contaminen el aire con su podredumbre. Otras son ideas prematuras: a esas las coloca en un bolsillo especial y las deja allí un tiempo- abrigadas y a oscuras-  para que terminen de formarse. Hay ideas tímidas y pudorosas, y otras osadas y chanchas. Hay ideas frescas, rancias, vanguardistas y pasadas de moda. Hay tantas ideas que el recolector ya no sabe dónde ponerlas.


Si alguien no puede dormir; si no sabe qué hacer un domingo lluvioso, o a qué jugar con sus hijos, qué color de vestido usar ese día, cómo escalar una montaña o hacer una torta de limón, qué decirle a su amigo cuando está triste, o lo que sea: en ese caso, no tienen más que llamar al recolector de ideas. Seguro que alguna le va a servir.




4 de septiembre de 2014

El escritor


Pintura: Duyh Hyunh



Como todos, él camina. Y mientras camina, se pregunta. Y para no olvidar ninguna pregunta, escribe.

Cuando otros caminantes se topan con las preguntas, las leen con atención. Algunos se hacen nuevas preguntas. Otros -que buscaban respuestas- hacen un bollito con el papel y lo arrojan bien lejos. 

Algunos bollitos se transforman en árboles de algodón que flotan por ahí, buscando dónde echar raíces.





31 de agosto de 2014

La equilibrista


Pintura: Duy Huynh


Antes de que ella naciera, el mundo solía girar a una velocidad inaudita. Tan rápido, que todo se caía: las personas, los animales, los árboles, los mares, todo salía disparado por una gran fuerza centrífuga. Poco después, el mundo recuperaba su ritmo normal, pero no duraba mucho: cuando menos lo esperaban, la Tierra empezaba a girar enloquecida y sobrevenía un nuevo fin.

Apenas nació, ella se incorporó y se paró firme sobre sus dos pies. 
Y sus dos pies se pararon firmes sobre el mundo. 
Y moviendo sus pies con cuidado-un poquito más para acá, un poquito más para allá- ella descubrió que podía controlar el movimiento del mundo. 

Así, cada vez que el mundo comienza a girar enloquecido, la equilibrista mueve sus pies- un poco para allá, un poco para acá-y logra retener a las personas, las casas, los árboles y los mares en su lugar.

Ella quisiera descubrir cuál es la velocidad exacta, qué giro perfecto haría que todo esté realmente donde debería estar. Y aunque no sabe si alguna vez logrará descubrirlo, cada día se ocupa de mover sus pies: un poco más para acá, un poco más para allá. 





24 de agosto de 2014

El pintor


Imagen: Duy Huynh



El pintor llegó, abrió la escalera, se sentó arriba y sacó una tiza de su bolsillo. 
Luego dibujó en el aire la silueta de un caballo.
El caballo salió galopando y se perdió entre los árboles.

Al otro día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de un jinete.
El jinete miró en todas direcciones y salió en busca del caballo.

El tercer día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de un corazón.
El corazón comenzó a latir y salió volando, en busca de un cuerpo.

El cuarto día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de una red.
La red se elevó flotando, en busca de algo que atrapar.

El quinto día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de una mujer dormida.
La mujer soñó con un caballo y un jinete, que atrapaba un corazón con una red.

El sexto día, la mujer despertó.

El séptimo día, el pintor cerró la escalera, guardó la tiza en su bolsillo, y se fue.



29 de julio de 2014

La guardiana de la Luna


Pintura: Duy Huynh

I
Muchos creen que la Luna siempre estuvo allí.  Y que siempre va a estar.  Pero no.

Alguna vez el cielo fue negro, negro como la boca de una fiera, negro como un grito, negro como un agujero. Cuando el sol comenzaba a ocultarse, la gente corría a meterse en sus casas, porque si la noche los encontraba afuera se los tragaba y nadie volvía a saber de ellos. 

Los hombres y las mujeres intentaban burlar a la noche con velas, con antorchas, con hogueras. Pero la noche se aliaba con el viento y la lluvia y, en segundos, el fuego se apagaba, desaparecía, era devorado por la noche.
Al final de cada día las personas dormían intranquilas en sus casas, como si  afuera la vida se hubiese acabado.
Hasta que, una vez, hubo un resplandor. No era rojo, anaranjado ni amarillo como el del fuego o el sol. Era un resplandor blanco y helado. La noche dejó de ser un agujero negro y se llenó de luces y sombras, de siluetas de árboles y pájaros. Entonces, tímidamente, la gente salió de sus casas y vio la Luna en el cielo.  La Luna era como una pelota de mármol incandescente, una esfera de piedra que proyectaba una luz pálida y fría. 
La Luna era el sol de la noche.

II
Desde que la gente descubrió la Luna, la noche fue perdiendo poder. Lentamente, amparados por aquella luz lechosa, hombres mujeres y niños se animaron a salir de sus casas. 
Las bodas y los cumpleaños comenzaron a celebrarse en el bosque. Allí se tienden largas mesas cubiertas con manteles blancos; sobre los manteles colocan cuencos con nardos, jazmines y narcisos; las mujeres, los hombres, las niñas y los niños visten de blanco y así, entre todos, multiplican el brillo de la luna, y el bosque es como una gran hoguera de nácar.

III

A la noche no le gusta la Luna. La Luna vino a revelar lo que estaba oculto, el miedo sin nombre. Ahora las personas saben si eso que se mueve afuera es un tigre o un lobo o una liebre, ahora saben si hay peligro o si pueden salir a caminar descalzos por la hierba en las noches de verano.
La noche no hace más que pensar en cómo deshacerse de la Luna.

IV

El día en que la Luna apareció por primera vez , también apareció la guardiana. Pero a la guardiana nadie la vio. En realidad la vieron todos, pero nadie la reconoció. La guardiana de la Luna adopta la forma de una niña, de un anciano, de un joven leñador, de una lavandera. 
La guardiana de la Luna se pasea en medio de todos,  invisible.
Mientras juega en el bosque, fuma en pipa, corta leña o lava ropa en el río, la guardiana se ocupa de que la noche no asesine a la Luna. 

V

La noche no comprende cómo toda su negrura no alcanza para devorar esa luz fría, ese blanco fuego bobo. La noche no sabe que alguien cuida de la Luna, que alguien vela por ella. 

Eso es todo.




21 de julio de 2014

Los músicos


Pintura: Malwina de Brade



Cada uno abandonó su casa hace mucho tiempo. Sin anunciarlo, sin despedirse de nadie, una noche tomaron sus instrumentos y se fueron.
Cada uno caminó largas horas bajo la luna, por un sendero de tierra.
Ninguno sabía adónde se dirigía, pero todos sabían que iban por el camino correcto. 
Finalmente se encontraron, en una encrucijada. Allí los esperaba el carromato, y el cochero de galera, y el caballo  color café con pintas blancas. Entonces los hombres treparon al carro.
Y comenzó el viaje.
Los músicos tocaban sus instrumentos en el carromato, siempre en movimiento. No se detenían en ningún pueblo, en ninguna ciudad. Nadie los veía, pero todos sabían cuándo estaban cerca: el anciano oía las nanas que su madre le cantaba de niño; los niños escuchaban melodías alegres, que bailaban en ronda o batiendo palmas; las mujeres oían un sonido parecido a su propia voz; los hombres oían la canción del océano. Había algunas personas, pocas, que no oían ninguna música. Solo oían el traquetear de las ruedas del carromato por los caminos de tierra, y el ruido de las piedras que golpeaban contra las ruedas. Entonces protestaban durante todo un día, hasta que el ruido de sus voces lograba sofocar el ruido del carro de los músicos, que seguía su viaje hacia otro pueblo.

Los músicos nunca preguntan dónde van, ni si alguna vez terminará el viaje. 

No quieren saberlo.



16 de julio de 2014

La niña que junta estrellas


Imagen: Alaister Magnaldo



Hay una niña que junta estrellas.
Todas las noches sale de su casa y recorre campos, playas y desiertos en busca de estrellas caídas. Las estrellas caídas no son fáciles de ver. 
En el imprevisto descenso pierden el 99% de su luz y, al llegar a la Tierra, no son muy distintas de un guijarro o un terrón de azúcar. 
Pero la niña que junta estrellas las reconoce enseguida. Entre todos los guijarros, ella puede distinguir aquel que brilla como la llama de un fósforo, o como el recuerdo de la llama de un fósforo que acaba de apagarse.
Apenas ve una estrella, la niña la levanta con delicadeza y la coloca en la palma de su mano, formando un cuenco. Luego la tapa ahuecando su otra mano y así se queda unos segundos, para que la estrella entre en calor. Cuando esto sucede, unos hilos de luz intensa comienzan a filtrarse entre sus dedos. Entonces la niña acerca la boca a sus manos- aún cerradas- y le canta una canción a la estrella. Al oír la canción, la estrella recuerda quién es, cómo es su hogar- aquel vasto mar suspendido en la oscuridad- y cuál es la razón de su brillo. La niña entonces abre sus manos y la estrella sale flotando: ya no parece un guijarro ni un terrón de azúcar, parece una estrella.
Así, cada noche, la niña rescata todas las estrellas caídas en los campos, las playas y los desiertos. Luego les ata un piolín y arma varios ramilletes que va soltando aquí y allá, mientras emprende el camino de regreso a su hogar.
Así, cada noche, los hombres y las mujeres se asoman por la ventana de sus casas y miran el cielo lleno de estrellas.  No saben que son estrellas caídas. 
Las estrellas tampoco, ya lo olvidaron. 
Lo que no olvidan es quiénes son, y cuál es la razón de su brillo.