Imagen: Rebecca Dautremer, Le petit theatre (detalle)
Tres títeres trocan sus tristes máscaras en un tren atrapado en una trinchera.
Lavan sus lívidas lágrimas en un lago de lodo.
Cambian el color de sus corazones por corazas de cal.
Despiden sus débiles despojos danzando como dinosaurios deshechos.
Duermen dementes para disipar la desdicha.
Niegan la noche que anuncia nacimientos, seducidos por la muerte y sus secuaces.
Silenciosamente soportan pesadillas y el paso de los siglos.
Entonces emergen con las espaldas equipadas de espinas.
Empuñan espadas envenenadas.
Pretenden el poder perimido de los próceres que los precedieron ,
ya putrefactos en el polvo de la patria.
Pobres petimetres.
Risas roncas arrancan a su paso mientras rugen reclamando respeto.
El tren con que ingresaron en la historia, intacto en el museo de la isla,
y ellos ignorantes inconscientes intimidados
por la indignación de insignes historiadores.
¿Volver a la bíblica violencia? ¿Vulnerar los valores de una vida bendita?
Jamás los dejarían.
Los jueces gestionaron, previo jaleo en la Junta, una orden genuina.
En medio de la muchedumbre, los inmorales miraron por última vez la mañana del nuevo mundo...
Luego treparon al tren, tiraron sus trajes tiranos, talaron las tiesas espinas,
convirtieron las tristes espadas en tallos tiernos
y partieron.
Los tres títeres llegaron a su tierra con el corazón en las manos,
pero los puercoespines les dieron la espalda.
Ahora, desnudos,
se disponen a combatir
blandiendo
los tallos tiernos
del futuro.