Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

31 de octubre de 2013

Lou y John en la luna


Un comentario casual de ojo en el post anterior me llevó a ver y escuchar el video de the kids y, de ahí, Lou Reed me llevó hasta John Lennon. 
Lou canta este tema impresionante en este homenaje impresionante que, gracias a estas erráticas conexiones lunares, pude encontrar (había visto el show hace años en cable y lo rastreé mucho tiempo, sin éxito).
El concierto es "A Night for John Lennon's Words and Music", y es una joya. 
Vaya este homenaje al gran Lou que acaba de irse con John, a cantar juntos.






28 de octubre de 2013

Bares notables. Hoy: El Banderín


El Banderín queda en Guardia Vieja y Billinghurst, pleno barrio de Almagro. Está en una esquina (me encantan los bares ubicados en esquinas) que parece detenida en el tiempo. No hay edificios alrededor y entonces, cuando uno se acerca, ve esa construcción antigua, los árboles, las casas bajas... ¡otro mundo!














El bar es chiquito, tiene pocas mesas, muchos banderines (claro), una barra hermosa, ventanas grandes, luz. Como en todos los bares notables, el café y las medialunas son baratos y riquísimos (medialuna riquísima= de tamaño generoso, no demasiado dulce, con un leve dejo saladito, sin almíbar, de buena textura).
Se convirtió en uno de nuestros bares predilectos para ir en la semana, cuando empieza a caer el sol. Algunos viernes hay música y cierran tipo 3 de la mañana.



Atendido por sus dueños 
(a la izquierda, Mario Riesco, propietario de El Banderín)




17 de octubre de 2013

All inclusive




Primero entramos en un restaurante. Atravesamos dos o tres salones cubiertos y llegamos a uno al aire libre. Es lindo, hay mesas con manteles blancos debajo de una parra enorme por la que se filtran unos rayos de sol. La gente sentada a las mesas conversa, come, se los ve contentos. La comida parece rica, mucha carne, papas doradas, frutos de mar, dispuestos en fuentes enormes y humeantes. En el último salón se pueden adquirir algunos productos. Yo llevo miel, almendras, aceite de oliva, unos panes caseros. 
Ella paga.

Más tarde entramos en una perfumería. "¿Te gusta aquel?" "Mmmno... no sé, no lo conozco". "¿Lo querés?" "No, gracias, ando necesitando un rubor y una sombra nada más." "Mirá, ahí hay, ¿te gustan?" "Sí, están bien, las voy a llevar." Pero apenas insinúo el gesto de meter la mano en la cartera, ella me sujeta el brazo. "Por favor", dice. 
Y paga. 

Después pasamos por un teatro de la calle Corrientes. Ella se acerca a la ventanilla, comenta algo con el empleado; él saca cuatro entradas de la taquilla y se las pasa por debajo del vidrio. Ella sonríe, me las da. Y paga.

Finalmente entramos en un viejo almacén de barrio. Sobre el mostrador hay un par de dulces de membrillo caseros. "Qué rico. Los voy a llevar. Pero esta vez pago yo", digo. "De ninguna manera", retruca ella, mientras se encamina resuelta hacia la caja registradora. 

-¿Algo más?- dice el almacenero. 
-No, gracias-dice ella-. Esto es todo por hoy.




(mi agradecimiento a la señora MC por su desinteresado aporte a este sueño pedestre)



9 de octubre de 2013

Ensayos


Foto: Brooke Shaden

I
Voy bajando una escalera, en un edificio antiguo. La escalera es larga, empinada, interminable. Estoy muy apurada. Entonces pruebo ir saltando los escalones de dos en dos. Funciona. De tres en tres. Funciona. Sigo bajando mientras, de un solo impulso, bajo cinco, seis, siete escalones. Son saltos en cámara lenta, suaves y livianos como los de la Mujer Biónica. "Qué bueno, mirá qué fácil era", pienso ya al final de la escalera, mientras busco la salida.


II
El sol se puso hace rato, aunque todavía no es de noche. El mar, la arena y el cielo tienen un color indescifrable, como de plomo líquido, que me provoca cierta inquietud.
"Mejor voy volviendo", me digo, "ya es tarde". Apuro el paso. Sopla el viento, me revuelve el pelo, me levanta el vestido. "¿Lloverá...?" 
Me descalzo y empiezo a correr. La ciudad se ve distante, los edificios se achican como si se fueran alejando a medida que yo intento acercarme. "Qué tarde se hizo", pienso. Y empiezo a volar. 
Vuelo atravesando un aire espeso, entre lila y gris. Dejo atrás la playa y veo cómo las luces de los carteles se agigantan y se me vienen encima. Sigo volando mientras esquivo carteles, postes, edificios, cables. "¡Oleeee!" digo, mientras sorteo casas, vacas, camiones, hombres, mujeres, paredes, nubes.
No recuerdo haber descendido.



2 de octubre de 2013

Esto no es un sueño


 Imagen: Julie de Waroquier

I
Camino por una calle adoquinada, debajo de un puente. Las paredes son de piedra, de una piedra antiquísima, que conserva la memoria de sucesos ocurridos hace siglos.
"Que no me digan que es un sueño", pienso. "Esto no es un sueño". 
Para corroborarlo, acerco mi cara a una de las paredes: siento sobre mi piel la textura áspera de la piedra gastada, su temperatura tibia; siento su olor viejo, a agua enmohecida, a herrumbre; también siento en mi rostro el calor de un rayo de sol. Cierro los ojos. Sé que nunca estuve aquí antes. Sé que no estoy en mi país. Sé que estas calles, estos puentes, esta geografía pertenecen a otro lugar y a otro tiempo. Sé que esto no es un sueño.


II

Me acomodo de espaldas sobre un carrito de cuatro ruedas. Flexiono las rodillas, subo los pies, me impulso con las manos y comienzo a deslizarme hacia atrás, por una callecita en pendiente. A medida que me deslizo boca arriba, voy mirando las copas de los árboles que desfilan ante mis ojos. Extiendo los brazos para rozar las hojas y las flores, que quedan al alcance de mi mano. Son suaves, son blancas, fucsias, perfumadas. Siento una felicidad tan grande que empiezo a llorar. Y me río, también de felicidad. A los costados, sobre las paredes de las casas, las ramas y el follaje forman extrañas figuras vegetales: caballos de crines marrones con flores rojas, peces con escamas amarillas, naranjas, lilas, colibríes. 
"Esto no es un sueño", me digo contenta. 
Y sigo viajando.