Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr
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10 de febrero de 2016

Cachorros





"A la hora de la siesta, nos escabullíamos fuera de la casa y nos trepábamos a la higuera. Acostados en las ramas más gruesas mirábamos las hojas, casi blancas del revés;  los higos maduros bamboleándose como jóvenes escrotos sobre nuestras cabezas, chorreando almíbar por los reventones de su finísima piel morada; el vuelo incesante de las avispas negras y las moscas azules girando alrededor.
El sol, que se colaba entre las hojas, nos dibujaba manchas de luz en la cara y los brazos y las piernas. Parecíamos cachorros de algún extraño animal dorado cruzado con hombre en una cópula mágica."



(Selva Almada, El desapego es una manera de querernos)








9 de febrero de 2016

La femineidad del mundo


“Recién a mediados de año la Evangelina y yo nos hicimos amigas (...) 
Era una niña insulsa, estudiosa y tan impopular como yo. De la mano de la Evangelina me introduje en la femineidad del mundo...
Si con Niño Valor nuestros juegos nos llevaban a sitios ignotos en busca de tesoros escondidos, ciudades perdidas y animales únicos, con mi nueva amiga íbamos de expedición al almacén y a las tiendas, o salíamos en mitad de la noche porque el niño volaba de fiebre o el falso crup ahogaba a la niña. Teníamos maridos imaginarios y correctos que salían de la casa hacia el trabajo temprano en la mañana y volvían al atardecer, y durante su ausencia limpiábamos la casa, cocinábamos dulces, cambiábamos pañales y atendíamos el jardín.
Hasta entonces siempre me había relacionado con varones: Niño Valor, mi hermano, sus amigos. En la mitad de mi infancia aprendí lo pequeño y tedioso que era el universo de las niñas.”


(Selva Almada, El desapego es una manera de querernos)







7 de febrero de 2016

Los chanchos buenos van al cielo


¿Puede ser lírico el relato de cómo se carnea un chancho?...
Si lo narra Selva Almada, sí puede:

"La sangre salía golpeando el fondo del balde de lata, salpicando con gotas rojas los bordes, borboteando, borobó-borobó, haciendo globitos como hace el agua cuando hay lluvia para rato. Una sangre espesa como barro, suave como terciopelo, como pétalo de margarita. Y el cielo apenas amanecido también rojo, con nubes coaguladas.
Las mujeres todavía estaban en la cama. Los hombres rodeaban al chancho: uno solo había hundido el cuchillo en el cogote, otro le había pasado por los ojos la primera sangre para que no viese, y todos esperaban pacientes que se desangrara mientras tomaban mate y escuchaban el resumen de noticias por la radio."

"La sangre salía a chorros como si la mano invisible de un mago invisible fuese sacando pañuelos de seda roja anudados por sus puntas de aquel tajo oscuro, sin fin."

"Una fogata ardía cerca del gran árbol. Las llamas habían chamuscado las hojas de una rama baja. Sobre el fuego, en una olla negra de tres patas, hervía el agua. Uno de los vecinos afilaba su cuchillo en la piedra esmeril. Nadie hablaba. Peludo había dejado de gritar (...) En la radio, las grandes tiendas La Argentina anunciaban una hermosa mañana de sol, un día espléndido y una liquidación de sandalias."

"Aunque sabíamos que el alma de Peludo se había ido derechito al Cielo porque había sido un chancho bueno, no podíamos evitar sentirnos tristes de haberlo perdido en este mundo. La víspera de la matanza habíamos hablado con él, le habíamos dicho que no tuviera miedo (...) y también le aseguramos que el Cielo era un sitio hermoso y que los ángeles no comían carne así que ya no debía preocuparse por nada. No estábamos seguros de que fuese cierto, pero queríamos darle confianza y también darnos confianza para enfrentar a la muerte que ya a la noche rondaba el gran árbol."







15 de noviembre de 2012

Stephen King dice...





Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Al formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo reducimos a tamaño natural. Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos con la mirada extrañada de gente que no entiende nada en absoluto de lo que hemos contado, ni por qué nos puede parecer tan importante. Creo que eso es precisamente lo peor, que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador sino por falta de un oyente comprensivo.”


22 de octubre de 2012

Marcas de lo que fuimos

  




Cuando hojeamos un libro que leímos hace muchos años, las marcas y subrayados dan cuenta, de alguna manera, de quiénes éramos entonces. ¿Qué nos pasa cuando nos rencontramos con esas huellas de lo que fuimos? ¿Volveríamos a hacer esas marcas hoy?...

A los 15 leía Demian, de Herman Hesse. Estos son algunos de los subrayados con los que me encontré:

"Hoy se sabe menos que nunca lo que es eso, lo que es un hombre realmente vivo, y se lleva a morir bajo el fuego a millares de hombres, cada uno de los cuales es un ensayo único y precioso de la naturaleza."

"Pero cada uno de los hombres no es tan solo él mismo; es también el punto único, particularísimo, importante siempre y singular, en el que se cruzan los fenómenos del mundo solo una vez de aquel modo y nunca más."

"No de otro modo pierde sus hojas el árbol otoñal en torno suyo. No lo siente,  y la lluvia, la escarcha y el sol resbalan por su tronco, mientras su vida se retira a lo más íntimo y recóndito. No muere. Espera. "

"El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo."

"Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?" 


                                                              ...

14 de septiembre de 2012

A ver si no nos entendemos II

Vialidad






Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto. Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.
-¿No sabe manejar, usted?-grita el vigilante.
El cronopio lo mira un momento, y luego pregunta:
-¿Usted quién es?
El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.
-¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?
-Yo veo un uniforme de vigilante-explica el cronopio muy afligido-. Usted está dentro del uniforme pero el uniforme no me dice quién es usted.
El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz,  de manera que no le pega y se va adelante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse.



Julio Cortázar (En Papeles inesperados)

10 de septiembre de 2012

Tess Gallagher dice...


                                                           Foto: Brian Farrell



Yo estaba en el patio, sentada en un banco de piedra, al pie de un cedro muy querido por mi padre, que solía sentarse allí y contemplar el océano  (...) Mis pensamientos vagaban con las sacudidas y murmullos del árbol, y se me ocurrió que la naturaleza es maravillosa porque conoce el valor del silencio, y lo que podía significar para una criatura atada al verbo como yo.
Pasé el resto del día entre raptos de silencio, desplazándome de un sitio a otro, volviendo a los lugares que sabía que le gustaban a mi padre. (...) Esperaba el instante de saber qué hacer por él, por él, que muy pronto sería un montón de materia inútil (...)
Aquella noche salí de casa totalmente decidida,  me dirigí al cedro (...) me puse a romper las ramas a las que llegaba y las amontoné en el suelo. (...) Me hice la cama sobre las ramas y decidí pasar la noche allí, en el patio, bajo las estrellas, con el rumor del océano en el oído (...)
El penetrante olor de las ramas me envolvía, se elevaba en el aire fresco de la noche en dirección al árbol, cuyos vaivenes y oscilaciones se habían alterado para adaptarse a los cambios que estábamos por experimentar mi padre y yo. (...) Había un dulce canturreo de sílabas, grato a mis oídos, pero en última instancia inútil y absurdo. Se me ocurrió entonces que era yo la responsable de esos sonidos rígidos y que mis labios se habían puesto a trabajar por su cuenta.
Atrapada por una elemental cadencia lingüística que no sabría explicar, estuve en vela toda la larga noche y hablé con mi padre como podría hablarse con el océano o con el viento, contándole que también estaban en mí los ritmos de la inmensidad en que estaba a punto de entrar. Y que no estaba solo. Y que yo le permitía irse. Que hasta entonces me había negado a reconocer el infame mundo de los bailarines y los borrachos, de los jugadores y amantes de los caballos, que con toda probabilidad era el mío. Pero a partir de aquella noche me juré entregarme de lleno al primer deseo sucio que se apoderase de mí. Sumergirme en el corazón de mi vida y perderme sin piedad y para siempre.


(El amante de los caballos. Fragmento).

5 de septiembre de 2012

Raymond Carver dice...



                                                                       


Vamos a suponer que digo verano,
escribo la palabra “colibrí”,
la meto en un sobre,
y la llevo colina abajo
hasta el buzón. Cuando abras
mi carta recordarás
aquellos días y cuánto,
cuantísimo, te quiero.


 II
Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas
tomándolas lo más cerca que puede de la flor para no
pincharse los dedos. Con la otra mano las arranca,
hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo
de lo que pudiera imaginar. No quiere
alzar la vista, no ahora. Está sola
con las rosas y con otra cosa en que sólo yo puedo pensar,
pero no decir. Sé los nombres de esos rosales,
se los pusimos cuando nuestra reciente boda: Amor, Honor,
Cariño
de este último es la rosa que me tiende de repente, después
de entrar en la casa entre dos miradas. La acerco
a la nariz, aspiro el aroma, me aferro a él –olor
de promesas, de tesoros. Mi mano en su cintura para
acercarla,
sus ojos verdes como el musgo del río. Y le digo entonces
enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré
mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo
de la rosa.

III


¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amada, sentirme
amado sobre la tierra.