Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

31 de julio de 2012

Identidad difusa



                                                         Imagen: Candle, Liliana Porter



"-¿Se puede saber quién eres tú?
- Casi no lo sé, señor, en este momento... Al menos puedo decirle quién era cuando me levanté esta mañana; pero creo que me deben haber cambiado varias veces en el día. "

(L. Carroll, Alicia en el país de la maravillas).


Tal vez, de alguna manera,  esto explique la experiencia que conté en este post . Y, por cierto, pocas veces soy la misma desde que me levanto hasta que me acuesto...


24 de julio de 2012

El balcón de al lado



                                                                  Imagen: Norman Rockwell
                                          
Cuando era chica, todas en el barrio estábamos enamoradas de Fernando.
Yo tenía el privilegio de ser su vecina, y de que mi balcón estuviera pegado al suyo. Fernando ignoraba olímpicamente a las más pequeñas- entre quienes estábamos Rosita y yo- o las trataba con un cariño fraternal, como si se tratara de hermanitas menores. Eso nos dejaba casi sin chances. 
 Pero a los 11 o 12 años, ese porcentaje mínimo era suficiente para alimentar nuestras fantasías.

Cierta vez, pasamos una tarde entera preparándonos para que nuestro amado cayera rendido ante nuestros encantos.  Ensayamos todos los ritos de un universo que aun no habitábamos plenamente, y así, guiadas solo por la intuición- o por un conocimiento ancestral- nos maquillamos, nos perfumamos y nos vestimos con atavíos exóticos, seguras de que esas señales portaban la llave de la seducción.

Toda esa larguísima tarde la dedicamos a vigilar el balcón de al lado: en algún momento, Fernando tenía que asomarse; entonces, nosotras nos presentaríamos a sus ojos como dos pequeñas geishas, dos bailaoras flamencas, dos damas antiguas, dos deidades irresistibles. Y él tendría que elegir.

Pasaron las horas, cambiamos mil veces de disfraces, de "pinturitas", de collares y de adornos. Practicamos diferentes canciones, pasos de baile y recitado de versos. 

Pero llegó la  noche, y Fernando nunca apareció.
                                                    ...


Con el tiempo, el recuerdo de aquella tarde se convirtió en el siguiente juego de palabras:

 
Caigo en la terraza de un 
edificio bajo
a la hora de la siesta.

Enfrente, una casa blanca
como un trozo de hielo
y una casa negra
como una caja de ébano.
En el segundo piso 
hay dos balcones.


Más allá del vidrio 
del balcón 
de la casa blanca
 adivino una mujer frente al espejo, 
tiñendo su boca de rojo;
detrás, otra mujer se peina 
como si tejiera una canción.
La de la boca roja se envuelve
en una mantilla negra
la que canta se coloca
una flor entre los pechos.

El sol cae.

Entonces se asoman 
por primera vez
y giran sus rostros 
hacia  el balcón de la izquierda
en un compás exacto.


Él todavía no ha llegado.


Una lava sus pies en
agua de violetas,
 otra frota sus poros 
para que atrapen 
la jalea de la luna


El sol desaparece


Ellas se asoman por segunda vez
 giran los rostros perfectos y planos
como  naipes de una baraja.


Él todavía no ha llegado.


Saben que no habrá 
otras noches
que los barrotes del balcón
crecerán como jaulas
que la luna nunca más será
tan azul
que ellas no volverán a tener
doce años
que él se convertirá en un viejo cínico
y decrépito
que ellas deberán calmar
las pesadillas de sus hijos
y construir las naves
 de sus maridos.

Por lo tanto

verifican la suave curva de sus senos
el terciopelo de la nuca
los latidos en la punta
de los dedos
una acentúa el rojo
de su boca
la otra agita su pelo
como una orden.

Se miran.

Empieza a llover en la terraza.
Y sobre la casa blanca como el ébano
Y sobre el balcón negro como el hielo.

Ellas se asoman por última vez.
Giran los cuerpos
como una detonación
y se desnudan bajo la lluvia.

El agua diluye el rojo en rosa, en agua
El pelo se adhiere a los pechos como
una confesión.

Sobre el balcón de la izquierda
el agua cae como un insulto
cubre todo el espacio 
de la ausencia
cubre toda la noche 
ya sin luna


Un gato 
se interpone un momento 
entre mis ojos y el balcón
entre mis ojos y el balcón de la casa blanca
deshabitado para siempre,
entre mis ojos y el balcón de la casa negra
donde un hombre decrépito enciende 
un cigarrillo
y mira caer 
la última estrella.



19 de julio de 2012

Elogio del (viejo) librero

       
                                                                                   Foto: Betina Z
                                                                                                

Hace meses que O. venía rastreando un libro muy difícil de conseguir. Recorrió (y recorrimos) varias ferias y librerías de usados, sin éxito. Ayer habíamos pasado por 3 o 4 más, y nada. Hasta que, ya emprendiendo el camino de regreso a casa, pasamos por  Huemul.  Cuando uno ingresa allí, la sensación es que es imposible que alguien pueda contabilizar cuántos libros hay, ni saber cuáles son,  ni muchísimo menos localizar dónde están. No hay mesas de "novedades", ni mesas con libros por género, ni mesas con libros exhibidos, de ninguna clase. Hay miles (¿millones?) de ejemplares  ubicados en estantes que cubren- del piso al techo- las altísimas paredes del local, o se amontonan en el suelo en pilas irregulares.

Detrás del mostrador había dos libreros, uno más joven y otro más viejo. O. preguntó por su libro.

- Mmmm, no- dice el librero viejo.
Empezábamos a retirarnos cuando, repentinamente, corrige:
-Esperá. Sí.
-No- acota el librero joven.
-Sí- dice el viejo.
-No está- insiste el joven.
-¿Apostás tu sueldo?- desafía el viejo.

El joven acepta el reto. De inmediato, el viejo se sube a una escalera altísima, trepa hasta el último escalón, posa un dedo sobre el lomo de uno de los innumerables libros que cubren la pared, lo saca, se baja y lo apoya sobre el mostrador.
-¿Es este?
-Sí- dice O., perplejo.

El viejo sonríe, triunfal. El joven nos mira con bronca y resignación (dudo que haya perdido su sueldo, pero el orgullo lo tenía por el piso). Nosotros nos miramos y no lo podemos creer.


Larga, larga vida a los viejos libreros (en el shopping, no se consiguen).

12 de julio de 2012

Como si fuera posible


                                                                           Imagen: Jacek Yerka


Estaba en el super con O.  Hora pico, pocas cajas habilitadas, cola interminable. "¿Sabés qué? Quedate en la cola, yo voy a la farmacia a comprar los caramelos para la garganta y vuelvo", le digo a O.

Salgo, camino una cuadra hasta la farmacia, saco un número, pregunto por cuál van, veo que tengo 10 personas delante, desisto, hago un bollito con el número y me lo guardo en el bolsillo del tapado, me voy de la farmacia, vuelvo al supermercado.

Me encamino hacia la cola anticipando cuántos pasos (1 o 2, con suerte) habría adelantado O. No lo veo.
Recorro la cola de adelante para atrás y de atrás para adelante. No estaba.

"No puede ser", me digo, "fui y vine, no tardé ni 5 minutos, no hay manera de que ya le haya tocado". Sabía que era un absurdo, que no había manera de que en ese breve lapso hubiesen pasado los 3 carritos enormes y  repletos que teníamos delante, más el nuestro, pero increíblemente contemplé la posibilidad de que ese suceso imposible hubiera ocurrido. "Si terminó, debería estar cerca de la puerta esperándome", pensé. E insistiendo con un razonamiento fuera de toda lógica, rastrillé con la mirada la entrada del local buscando a O., previendo su sonrisa y su comentario zumbón. Pero no estaba.
Pasaron unos segundos en los que sentí un vacío absoluto, como si la realidad fuera capaz de hacer una broma semejante, como si el tiempo pudiera estirarse o contraerse caprichosamente. Y durante esos segundos creí  que sí, que era posible,  que lo que para mí fueron 5 minutos tal vez habían sido 50, que el tiempo era una ilusión, que tal vez todo lo era.

Sentí frío.

Entonces miré un poco más allá, donde se formaba otra cola que se adentraba entre las góndolas. Me encaminé hacia ella, giré y vi a O., unos pocos pasos más adelante de lo que lo había dejado cuando salí para la farmacia, con los codos displicentemente apoyados sobre nuestro carrito. Me acerqué, le sonreí, respiré. "Tenía 10 personas delante, me fui", le dije. "Ah, y recién me confundí de cola, no te encontraba."
O. me sonrió e hizo un comentario zumbón sobre mis habituales despistes.

Media hora después, estábamos en casa.

(  .  )


Hay como pequeños paréntesis en la realidad, y es por ahí donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente lo que podemos llamar lo fantástico. Ese sentimiento, ese extrañamiento, consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizador se ve bruscamente sacudido, como conmovido por una especie de viento interior que lo desplaza y lo hace cambiar. (J. Cortázar)



6 de julio de 2012

Segismunda



                                                        Imagen: Benjamin Lacombe



De chica tenía un sueño muy extraño y perturbador: soñaba que tenía una familia, diferente de la real, y que esa era mi verdadera familia. La otra- la que yo creía real- era la familia soñada.

Así, soñaba que mi vida real era un sueño del que despertaba solo cuando me dormía, es decir, cuando "despertaba" a mi verdadera vida.

Cada noche, mi familia- la del sueño- me esperaba para inaugurar juntos un nuevo día. Y cada mañana, cuando abría los ojos a la "realidad",  ellos me daban las buenas noches y me deseaban dulces sueños.



A veces, todavía me pregunto si es posible tener alguna certeza al respecto. 




3 de julio de 2012

Aficiones





 
Concedo que estos
no son tiempos
para hablar del amor
a las arañas

que tanta pasión derivada
a lo negro
a patas como espinas de aire
y cuerpos como esponjas entintadas
puede sonar a estética anacrónica

Sin embargo
no puedo resistirme a esa
maravillosa construcción
de babosos mapas homicidas

a la expectación que late
en cada agujero hambriento

al deseo que cruje agazapado
en la mortaja invisible

Está bien
comprendo el estupor
de los bienpensantes
por esta amorosa confesión

Pero sepan que desprecio 
vuestras manoplas
y  aerosoles 
de colores dudosos

A cambio,
elijo
esta larga noche de pasión
en la que seré
minuciosamente
devorada
hasta estallar seca

mientras ustedes
 tiran
sus aerosoles

y empiezan a afilar
los
cuchillos.