Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

24 de octubre de 2014

Un invento inmejorable


Libro de metal hallado en Jordania (circa I d.C)


Hace poco llegó a mis manos Nadie acabará con los libros, una serie de conversaciones entre Umberto Eco y Jean Claude Carriere recogidas por Jean Phillipe de Tonnac.
Eco y Carriere charlan sobre el destino del libro, sus orígenes, su historia, su función...
Es una lectura amena y apasionante, lo estoy disfrutando mucho.

Comparto algunos subrayados:

*¿Qué es el libro? ¿Qué son esos libros que, en nuestras estanterías o en las bibliotecas de todo el mundo, encierran los conocimientos y las fantasías que la humanidad acumula desde que es capaz de escribir? ¿Qué imagen nos ofrecen de la humana odisea del espíritu? ¿Qué espejos nos proponen?...


* Las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función ni su sintaxis desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor.  (Umberto Eco)


* No hay nada más efímero que los soportes duraderos (...) Le he traído este librito de mi biblioteca, impreso en latín a finales del siglo XV, en París (...) Aún podemos leer un texto impreso hace seis siglos. Pero ya no podemos ver una cinta de video o un CD-ROM de hace apenas algunos años. A menos que conservemos nuestros ordenadores en el trastero.  (Jean Claude Carriere).



19 de octubre de 2014

La equilibrista III


Pintura: Duy Huynh



Ella no tiene que ocuparse de controlar el movimiento del mundo, ni de garantizar la paz.
Tampoco tiene que dibujar corazones -ni cuerpos que los habiten-, no debe administrar el tiempo, tocar una canción, custodiar la luna o juntar estrellas.

Ella no sabe cuál es su misión.

A veces piensa que quizás no tenga ninguna.

Pero por las dudas, cada día y cada noche, con frío o con calor, con lluvia o con sol, ella mueve sus pies en el aro y, girando girando, recorre el mundo.  



14 de octubre de 2014

El rey invisible


Pintura: Duy Huynh



Nadie conoce su rostro, pero todos saben que está ahí.
Él conoce el nombre de cada uno de ellos. Dice que su misión es cuidarlos, que a eso vino. Desde que se levanta hasta que se acuesta, procura que todos estén bien.
“Es mi trabajo”, dice.

Si una anciana va a morir, él va su casa y se sienta junto a ella. Le lee un cuento o le canta una canción, abre o cierra una ventana, apaga o enciende la luz. A veces permanece en silencio, mientras le toma una mano, le acaricia la cabeza o le da un masaje en los pies.
La mujer entonces escucha la voz de su madre o su padre, siente la presencia de sus abuelos o reconoce en su cuerpo el tacto de su amado.

Si una joven ama de casa está cansada, él entra a la cocina, friega los platos, pela papas, batatas, zanahorias, pone a asar un trozo de carne, barre la sala, pone la mesa. 
A veces también se queda a comer con la familia, conversa con ellos, se cuentan sus cosas. 
Después se despide y vuelve a dormir a su palacio.

Si un hombre se siente abatido o desesperanzado, él le muestra su trono, y lo invita a sentarse.
Entonces el hombre toma asiento en la vieja mecedora y comienza a hamacarse, suavemente. 
Al rato, todos sus problemas han desaparecido. Porque ahora es el rey, y debe ocuparse de que los demás estén bien. Debe cuidar de ellos.

“Es tu trabajo”, le dice el viejo rey. Luego abre la ventana y sale volando volando con el aire fresco de la mañana.




6 de octubre de 2014

La constructora de caminos


Pintura: Duy Hyunh



Cuando ella avanza, va abriendo surcos en la tierra. Su falda arrastra terrones de pasto, pétalos, hojas secas, esqueletos de grillos, trozos de barro, algunas alimañas. 

A medida que avanza, se abren caminos en todas direcciones: norte, sur, este, oeste. Si camina por un sendero recién abierto, inmediatamente se abren otros y otros y otros, y la tierra parece un damero o un laberinto.

Antes de que ella apareciera, la tierra era como una tela negra y arrugada, y el horizonte, una línea delgada sin principio ni fin. Los hombres y las mujeres se quedaban inmóviles ante esa tela negra y esa línea interminable, sin saber adónde dirigir sus pasos.

Ahora, cuando alguien quiere caminar, solo tiene que decirlo en voz alta. Entonces ella aparece, se ubica unos metros adelante y comienza a andar. 
Al principio todos la siguen, la vista pegada al ruedo de su falda. Pero al rato, sin darse cuenta, la pierden de vista. 
Ella no está, pero los caminos sí. Solo es cuestión de seguir alguno.