Pintura: Graciela Bello
Hacía calor, habíamos caminado bastante y decidimos hacer un alto en la plaza de Belgrano R. Desde nuestro banco vimos venir a una anciana que avanzaba por el sendero con bastante agilidad, a pesar del bastón y de las vendas que cubrían su pantorrilla izquierda. "¿Quiere sentarse?", le dice O., cuando la señora pasa delante de nosotros. "No, gracias", responde, y agrega con una sonrisa "lo que yo necesito es andar, no quedarme quieta". "Claro, hace muy bien, es bueno caminar".
La señora, de pie frente a nosotros, sigue hablando. Es muy menuda, encorvada y tiene el pelo blanco, finito y liviano como el de un bebé.
"Tengo 90 años", dice. Yo miro sus tobillos hinchados, los dedos de su mano flaquitos y torcidos por la artritis, su cara de gnomo. "Ahora me cuesta más caminar, pero yo salgo igual. No tengo miedo."
Después supimos que vive sola, que tiene una hija que anda "mal de los nervios" y un nieto hincha de Boca. Que vino de Alemania a los 14 años, que era música, que de joven tocaba el acordeón y que se había presentado, con varias orquestas de señoritas, en la confitería Ideal y en la Richmond de Florida. Que actuó en la película Orquesta de señoritas, pero que lamentablemente habían cortado su parte. "Yo era la más joven del grupo, imagínense...ya no queda ninguna", dice riéndose con risa contagiosa.
Seguimos hablando de su barrio, del nuestro (donde ella vivió hace muchos años), de restaurantes y bares, de la música que escucha (clásica y tango, que toca como si fuera argentina), de su acento alemán y de la "r" que nunca logró pronunciar bien, del tiempo, de que lo que más desea es no perder la lucidez.
Cuando O y yo nos levantamos para retomar nuestro paseo, la señora nos pregunta si queremos ver una foto de ella cuando era joven. Mete su mano flaca dentro de una bolsa de supermercado negra, revuelve, saca un monedero. "Acá está", dice, y nos extiende una foto carnet con una veinteañera rubia, con blusita y sombrero, sonriente.
¡"Qué hermosa era!", le digo. Después nos muestra una fotito de la hija y otra del nieto.
"¿Cómo se llama usted?" pregunto. "Erna", contesta riéndose porque no pronuncia bien la r de su nombre.
Nos despedimos, le decimos que fue un gusto hablar con ella.
Erna guarda sus fotos, nos desea felices fiestas y sigue su camino.
Yo pienso en las orquestas de señoritas, en confiterías que ya no existen, en la sonrisa de Erna.
Estas postales de Buenos Aires son deliciosas. Porque si bien al perfume de la nostalgia recorre el relato, el sabor de las historias es fantástico. Provoca una enorme ternura y unas ganas locas de seguir leyendo.
ResponderEliminarMuy buen post, Betina. Beso grande!
Gracias, Bee, me alegra que lo hayas disfrutado!
EliminarOtro beso para vos
Querida amiga:
ResponderEliminarCasi me hacés llorar....Es tan bella tu instantánea, tan delicada y humana... Me hizo acordar a la película " Mis tardes con Margarita", con Gerárd Depardieu... si todavía no la viste no podés perdértela.
Será porque mi mamá vivió solamente hasta los 49 años, o no sé... porque sí, que yo miro mucho a la gente grande. Me enternecen esas mujeres como Erna que siguen disfrutando la vida, a pesar de las limitaciones del paso del tiempo. No se quedan encerradas, salen con sus bastones, confían en la gente... Y nos recuerdan que la vida es hermosa y que mejor que no la desperdiciemos, nosotros que podemos, siempre ir por más.
¡Cómo me sorprendés siempre! ¡Cada día escribís más lindo!
Abrazo gigante, amiga del blog.
Yo admiro mucho a las personas que mantienen un vínculo gozoso con la vida. Más aún si se trata de personas mayores, cuando el tiempo le va imponiendo límites irrevocables al cuerpo ( y al alma): que aún así elijan transitar el resto del camino conectados con la belleza y la alegría me conmueve.
EliminarGracias por tu lectura amorosa, Eleonora, otro abrazo enorme para vos.
Querida Betuna: ¿donde le escriví yo que de jolpe me escribe 33 posts y su
ResponderEliminarsaludo se ha esfumado...? Habla de vares perdidos, de Cortazar, de la senora Egna.... ¿y de mí...., nada..? Sabe que no soy celoso, que mi himoldad proberbial me empide jactarme de su amistad límpida y honesta que alefga mi patibolaria vida de escritor o/culto.
Pero ya que se ocupa de casi todo y Ud. le dedicaría un opst a las pòlainas de Chejov, o a las ventanas de la intendenvia de Gan Gan, bien pudiese escreber sobre los amigos que el viento se llevó...
No se me ofenda, pero estoy fulo con su olvido malisuiso de alguien que tanto la quiere como yo...(No se qué dira el sr. O de la Bugatti Royale que me regaló..)
El reflejo de la pantalla nieja mis 10 pintps en la Pitman.
Un beso. Y sí, mui nostalgioso su/mi Buenos Aires de antes, que sus ultims
posts me han hecho llorar como una magalena.
Le dije: un beso.
Carlos
P.S.: y no le debio decir a Egna "Qu♪ hermosa era"...debio decirle "Que hermosa es...
¿O acaso Ud..., sí, sí, Ud, mi Betina..."¡Qué hermosa era...!"
¿No le parece mejor: "¡Qué hermosa es!"....?
¿Oyó?..... "Es"....
Querido coco, vusté me acaba de dejar un comentario en un post rancio (de diciembre del año pasado, para más datos). Que de ahí hasta aquí haya 33 o 330 post no es para nado raro, soy una lunática muy verborrágica como bien sabe.
EliminarChejov usaba polainas? Haberlo sabido antes...
Le mando un beso y un paquete de carilinas para que se enjugue las lágrimas, que involuntariamente le provoqué.
ps: usted, como buen escritor o/culto, sabe mejor que yo que todo relato es una construcción, no una transcripción taquigráfica de la realidad. De todos modos, para su tranquilidad le cuento que, de haber contado con una taquígrafa, luego de la frase "Qué hermosa era!" hubiese podido leer "...todavía es hermosa usted" que agregué a continuación. Pero ¿qué importa eso?...
Y por cierto, no era francesa, Egna, sino alemana (Erjna, digamos :).
Betina: ya sé que mi Betina es un melodioso encanto y yo, en mi inocencia, le escribí en un post "rancio" de hace un año, apurado en mi volver a la vida, cual un Ramsés II, que despertare en su tumba y le fuera dado un sólo deseo...Mire, antes de saludar a mi novia Thora Birch, le escribí a Ud...!!
EliminarSiento su afecto y nada le reprocho..., pero..., le recomiendo que bajo su cartelito bandido del "Ojito" ubique este otro de sus lectores:
¡Ojazo..!Los sufridos lectores de "La luna de Valencia" estamos bajo la licencia "No somos simios aunque lo parezcamos", y "¡Y qué nos importa...!!!"
¡Tomá..!
No me conteste. Me basta con su beso y sus pañuelos baratos.
Su consejo me deja perpleja. ¿Quién sería tan necio de viajar hasta la luna solo para sufrir? Y ¡nunca vi nada parecido a un simio en la luna! (hay conejos, leones, alguna que otra laucha, muchos pájaros, pero simios... no, no veo).
EliminarAh, y los pañuelos son de primera calidad, úselos con confianza.
Un beso coco.
Un relato cálido, tierno y que va calando según avanzan las líneas. Y lo mejor de todo es que esas personas existen, llenas de vida, de ganas de seguir con buen paso aunque sea lento, de no rendirse ante el tiempo y la mediocridad. Y a menudo no las vemos ni valoramos.
ResponderEliminarHermosa historia, Betina
Un abrazo
Muchas gracias, Carmela.
EliminarLas personas así, los viejitos así, son tan necesarios...
Un abrazo
Qué bueno es encontrarse con esas Ernas. Y con estos relatos.
ResponderEliminarSaludos, Betina.
Sí, las Ernas son una alegría.
EliminarGracias, Rob, saludos.
Gracias por presentarnos a la simpática Erna. Me imagino que debió ser la flor más bella dentro de la orquesta, y que le gustaba la sanata...
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=ske1lTJKU3Q
Bss...
Según la foto era, en efecto, una bella flor (y, según sus palabras, la más joven! :)
EliminarGracias por el aporte musical, qué linda orquesta!
Un beso grande
Qué tierno, B, qué tierno. Estas pequeñas cosas que no salen en los diarios y son enn verdad, la vida. Un abrazo.
ResponderEliminarLa parte buena, nada menos.
EliminarOtro abrazo, Darío.