"A la hora de la siesta, nos escabullíamos fuera de la casa y nos trepábamos a la higuera. Acostados en las ramas más gruesas mirábamos las hojas, casi blancas del revés; los higos maduros bamboleándose como jóvenes escrotos sobre nuestras cabezas, chorreando almíbar por los reventones de su finísima piel morada; el vuelo incesante de las avispas negras y las moscas azules girando alrededor.
El sol, que se colaba entre las hojas, nos dibujaba manchas
de luz en la cara y los brazos y las piernas. Parecíamos cachorros de algún
extraño animal dorado cruzado con hombre en una cópula mágica."
(Selva Almada, El desapego es una manera de querernos)
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