No hay tiempo.
No hay pasado, presente y futuro.
Podrá haber
algo así afuera, en los almanaques, los relojes, los documentos de identidad, los
álbumes con fotos viejas, los espejos.
Pero no hay tiempo adentro. No sé adentro dónde. Supongo que
en el corazón, en el cerebro, la piel, la nariz, los oídos, no sé. Pero sí sé
que adentro no hay tiempo.
Lo sospechaba, pero últimamente lo estoy comprobando, y es
una comprobación asombrosa.
Ayer lo confirmé una vez más, al enterarme de que MM ya no está aquí. Entonces,
el supuesto pasado invadió el presente con una intensidad deslumbrante: gestos,
palabras, millones de imágenes de momentos compartidos como pedacitos sueltos,
como piezas de un rompecabezas descomunal que- seguramente- también guardamos
dentro de nosotros, pero que no nos es dado contemplar en su totalidad. Todo
eso no era un “recuerdo”, no era el pasado: estaba sucediendo -¿dónde? no lo sé- ahora.
Ayer volví a tener 20 años; ayer, todo lo que fue volvió a ser.
Y te escribí esto:
Hubo un tiempo en que fuimos hermosos. Teníamos veintipico,
pedíamos lo imposible y estábamos convencidos de que lo imposible tendría lugar
de un momento a otro.
Salíamos a la calle en busca de "algo maravilloso”, éramos
hippies, escritores, músicos, actores, dibujantes y directores. Hubo muchísimas
noches- con sus madrugadas y sus amaneceres- en Villa Urquiza, los tres
escuchando música (“esto es impresionante, escuchen, escuchen” nos decías
abriendo mucho los ojos mientras ponías Cathedral en la bandeja del tocadiscos),
tomando un vino, fumando, leyendo, escribiendo, leyéndonos lo que escribíamos,
escribiendo de a tres, haciendo humor al toque de a dos, “vos callate y tocá la
guitarra, chirusa”, noches en que nos leías cada capítulo de El juego de K que
iba saliendo del horno y que luego se convirtió en el primer premio de novela
de la Primera Bienal de Arte Joven, allá por el lejanísimo 1989. Hubo un tiempo
sin tiempo ni espacio en que solemnemente fundamos El Hueko, porque sabíamos
que era allí- en ese vacío, ese aire, esa nada sin condicionamientos ni
pretextos- donde podíamos ser lo que queríamos ser. El Juego de K fue El Hueko;
Subterrákeos e Imakinaria fueron El Hueko paseando su nada divina por Cemento,
El Parakultural, Babilonia y el Rojas.
El Hueko también fueron los chicos del Luján, las clases de
teatro, las charlas con Gilardi en el bar de Villa Pueyrredón, los libros que
nos prestamos y los que nos robamos (te quedaste con Los conjurados, me quedé
con Un tal Lucas), las charlas interminables, las películas, el truco que
jugábamos en casa, la vida porosa que se abría paso dejando entrar el aire y
todo lo que traía.
Eso fue hace mucho, mucho tiempo. Pero hoy -una vez más-
comprobé que el tiempo no existe, que lo que queda en el corazón queda para
siempre, que lo que pasó hace tanto está pasando ahora, en este mismo instante.
Querido Monchímedes: donde estés, que lo imposible suceda. Y
que sea maravilloso.
Es precioso. Donde esté, al llegarle tus palabras, habrá sonreído.
ResponderEliminarUn beso, Betina.
Sencillamente hermoso, Betina. Un abrazo emocionado a través del cyberespacio.
ResponderEliminarHace poco leí que recién cuando una persona fallecida se instala en nuestro corazón es que uno puede hacer el duelo. Cuando se asienta cómoda y nos acompaña por siempre.
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