Foto: Bet Z
(…) te acordarás quizá de aquel paraguas viejo que
sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo.
Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco
roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la
gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en
pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y
aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando
entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y
nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas
desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que
un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no
podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda;
entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque,
cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis
fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado (…)
Y quedó entre el pasto,
mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus
resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos
contentos.
Julio Cortázar, Rayuela.
Y su muerte fue digna, y entre risas...
ResponderEliminarCualquier acontecimiento mundano se transforma cuando quien lo transmite es Don Julio Cortázar, no? Su realismo mágico... maravilloso!
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