“Ninguna historia existía en sí misma, ni esta ni las otras, no valían sino por el soplo con que se las animaba, es decir, por la manera como se las contara.”
“La voz del
maquinista, lenta, baja y ronca, le daba a Aïcha la impresión de que los
abrazos más humillantes podían volverse hermosos con él, bajo su peso. Era la
primera vez que oía una voz semejante. Los hombres del Tête d’Ecaille no hablaban jamás de amor, bramaban, así que
Aïcha creía que el amor era un grito, no sabía que también podía expresarse en
voz baja. (…)
Aïcha adivinó
que Horty divagaba. Pero no dijo nada. Como tanto seres engañados en una vida
repetitiva y sin grandeza, había comprendido desde tiempo atrás que lo único insostenible es la verdad.
(...)
Introdujo el dedo índice en su boca violeta y lo mojó con saliva. Creyó entender que a Horty le agradaba ese líquido tibio, pegajoso. Eso la asombraba un poco, porque los clientes del Tête d’Ecaille detestaban beber en los vasos donde otros habían puesto sus labios y porque las muchachas de la calle Solidor se rehusaban a besar a los hombres en la boca, así les pagasen bien. Pero si a Horty le gustaba la saliva, podía darle un poco para agradecer su historia. Además, no tenía sino eso para ofrecerle. Pasó su dedo húmedo por debajo de la cortina. Horty comprendió. Con la punta de su propio dedo rozó el de Aïcha como lo hacen los creyentes en las iglesias cuando se pasan un poco de agua bendita."
(...)
Introdujo el dedo índice en su boca violeta y lo mojó con saliva. Creyó entender que a Horty le agradaba ese líquido tibio, pegajoso. Eso la asombraba un poco, porque los clientes del Tête d’Ecaille detestaban beber en los vasos donde otros habían puesto sus labios y porque las muchachas de la calle Solidor se rehusaban a besar a los hombres en la boca, así les pagasen bien. Pero si a Horty le gustaba la saliva, podía darle un poco para agradecer su historia. Además, no tenía sino eso para ofrecerle. Pasó su dedo húmedo por debajo de la cortina. Horty comprendió. Con la punta de su propio dedo rozó el de Aïcha como lo hacen los creyentes en las iglesias cuando se pasan un poco de agua bendita."
Didier Decoin, La mucama del Titanic (el argumento, aquí).
El texto publicado es una muestra ejemplar de lo que llamo erotismo fuera de contexto, es decir, un erotismo que renuncia al lugar común y va a lo singular, el dedo, la saliva, lo imprevisto y la potencia de la sexualidad observada con atención y no con anteojeras. Gracias.
ResponderEliminar