Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

10 de septiembre de 2012

Tess Gallagher dice...


                                                           Foto: Brian Farrell



Yo estaba en el patio, sentada en un banco de piedra, al pie de un cedro muy querido por mi padre, que solía sentarse allí y contemplar el océano  (...) Mis pensamientos vagaban con las sacudidas y murmullos del árbol, y se me ocurrió que la naturaleza es maravillosa porque conoce el valor del silencio, y lo que podía significar para una criatura atada al verbo como yo.
Pasé el resto del día entre raptos de silencio, desplazándome de un sitio a otro, volviendo a los lugares que sabía que le gustaban a mi padre. (...) Esperaba el instante de saber qué hacer por él, por él, que muy pronto sería un montón de materia inútil (...)
Aquella noche salí de casa totalmente decidida,  me dirigí al cedro (...) me puse a romper las ramas a las que llegaba y las amontoné en el suelo. (...) Me hice la cama sobre las ramas y decidí pasar la noche allí, en el patio, bajo las estrellas, con el rumor del océano en el oído (...)
El penetrante olor de las ramas me envolvía, se elevaba en el aire fresco de la noche en dirección al árbol, cuyos vaivenes y oscilaciones se habían alterado para adaptarse a los cambios que estábamos por experimentar mi padre y yo. (...) Había un dulce canturreo de sílabas, grato a mis oídos, pero en última instancia inútil y absurdo. Se me ocurrió entonces que era yo la responsable de esos sonidos rígidos y que mis labios se habían puesto a trabajar por su cuenta.
Atrapada por una elemental cadencia lingüística que no sabría explicar, estuve en vela toda la larga noche y hablé con mi padre como podría hablarse con el océano o con el viento, contándole que también estaban en mí los ritmos de la inmensidad en que estaba a punto de entrar. Y que no estaba solo. Y que yo le permitía irse. Que hasta entonces me había negado a reconocer el infame mundo de los bailarines y los borrachos, de los jugadores y amantes de los caballos, que con toda probabilidad era el mío. Pero a partir de aquella noche me juré entregarme de lleno al primer deseo sucio que se apoderase de mí. Sumergirme en el corazón de mi vida y perderme sin piedad y para siempre.


(El amante de los caballos. Fragmento).

7 comentarios:

  1. Uf, me ha encantado, el final es muy bueno. Admito mi ignorancia, no conocía a la autora, me alegra mucho que nos la hayas mostrado.
    Besos.

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  2. Coincido, el final es muy potente, tiene una densidad...
    Yo conocía vagamente a T.G., más como esposa de Carver que por su propia producción literaria; hace poco llegó a mis manos su libro "El amante de los caballos" (como el cuento homónimo del que publiqué un fragmento)y lo estoy disfrutando mucho.
    Me alegra que te haya gustado
    Besos, Jon

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  3. Me gustó mucho, esa entrega al silencio. No conocía a la autora.
    ¿Estarán realmente en nosotros los ritmos de la inmensidad?

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  4. En general huimos de él, no nos bancamos mucho el silencio. Pero es interesante animarse a experimentar lo que nos sucede cuando dejamos de estar "atados al verbo" (y a cualquier otro sonido).
    No sé si estarán en nosotros los "ritmos de la inmensidad", pero qué hermosa idea, sobre todo en el contexto en que es dicha.
    Estoy conociendo a TG, y está valiendo la pena.

    Besos

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  5. El silencio deseado es uno de los lujos que son gratis.

    Como tu la conocía como esposa de Carver, como tu la descubrí tirando del hilo.

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  6. Qué texto tan poderoso.

    Por esas cuestiones de la asociación libre, recuerdo ahora un comentario que solía hacer mamá. Si alguien valía la pena, decía: "Se puede ir a robar caballos con él/ella". Robar caballos exige (supongo) un compañero valiente, alocado, discreto, leal.

    Qué bueno poder amar a los caballos, y al bailarín y borracho que hay en uno.

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  7. Qué genial esa frase de tu mamá, no la conocía. Confianza ciega, eso...

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