Tenía 12
años. Mi abuela materna estaba muy mal y mamá iba a pasar la noche con ella en
la clínica. Yo me quedé en casa de unos tíos.
Después de cenar, jugué un rato con mis primos y más tarde nos fuimos a acostar. Ellos se durmieron pronto, pero yo no podía conciliar el sueño. No estaba triste ni tenía miedo, solo quería estar atenta. No podía dormir sabiendo que esa noche alguien se iba a morir.
Después de cenar, jugué un rato con mis primos y más tarde nos fuimos a acostar. Ellos se durmieron pronto, pero yo no podía conciliar el sueño. No estaba triste ni tenía miedo, solo quería estar atenta. No podía dormir sabiendo que esa noche alguien se iba a morir.
En la mesa de luz había un libro: era una edición infantil -Biblioteca Billiken- de La Divina Comedia. Toda esa larguísima madrugada, mientras mis primos dormían y mi abuela agonizaba, yo descubrí el infierno, el purgatorio y el paraíso de Dante.
Cuando amaneció,
mi abuela había muerto.
...
Cuando murió mi abuelo yo tenía nueve años. Me veo en la escena de esa primera noche sin él, cenando en casa de mis primos, yo tratando de comprender, entre sollozos, el castigo monstruoso de no tenerlo más.
ResponderEliminarSaludos, Betina.
Como dije, yo no estaba triste por perder a mi abuela (casi no había tenido vínculo con ella); pero era muy inquietante la certeza de la proximidad de la muerte. Eso es lo que más fuertemente me quedó grabado de aquella noche.
EliminarUn beso, Rob
Sin ser dramático, es intenso. Un texto redondo, la felicito!
ResponderEliminarBeso grande
Gracias, condesa. Usted describió exactamente lo que para mí fue esa experiencia: intensa, pero no dramática.
EliminarBeso grande!
Tu inquietante narración me trajo un viejo recuerdo. Vivimos con mis hermanos un par de días extraños en lo de mis primos, cuando yo tenía nueve años, mientras mi madre estaba internada en gravísimo estado (al final se salvó, gracia’ Dió). Era como vivir en el Truman Show, todos nos sonreían pero a la noche se iban a dormir y yo me quedaba mirando al techo en la oscuridad, con un desconcierto tremendo.
ResponderEliminarUn beso.
Cuántas coincidencias (tu relato, el de Rob, el mío)...
ResponderEliminarEs muy angustiante esa sensación que describís: ser niño, no comprender y, al mismo tiempo, saber que algo terrible se oculta detrás de las caras tranquilizadoras que ensayan-sin éxito- los mayores...
Gracia' Dio, aquel desconcierto tuyo se resolvió para bien!
Un beso